jueves, 24 de enero de 2013

V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (C)


“REMA MAR ADENTRO…”
10 de Febrero
V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (C)
CAMPAÑA CONTRA EL HAMBRE EN EL MUNDO
(MANOS UNIDAS)
1ª Lectura: Isaías 6,1-2.3-8
Salmo 137: Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor.
2ª Lectura: 1 Corintios 15,1-11
PALABRA DEL DÍA
Lc 5,1-11
“La gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret; y vio dos barcas que estaban junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Rema mar adentro y echad las redes para pescar”. Simón contestó: “Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos pescado nada: pero, por tu palabra, echaré las redes”. Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande, que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían pescado; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: “No temas: desde ahora, serás pescador de hombres. Ellos sacaron las barcas a tierra y dejándolo todo, lo siguieron”.
Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret.
Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes.
Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca.
Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: "Navega mar adentro, y echen las redes".
Simón le respondió: "Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes".
Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse.
Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: "Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador".
El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido;
y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: "No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres".
Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron”.
REFLEXIÓN
¿Seremos capaces de darnos cuenta de la necesidad de conversión?
El relato de “la pesca milagrosa” en el lago de Galilea fue muy popular entre los primeros cristianos. Varios evangelistas recogen el episodio, pero sólo Lucas culmina la narración con una escena conmovedora que tiene por protagonista a Simón Pedro, discípulo creyente y pecador al mismo tiempo.
Pedro es un hombre de fe, seducido por Jesús. Sus palabras tienen para él más fuerza que su propia experiencia. Pedro sabe que nadie se pone a pescar al mediodía en el lago, sobre todo si no ha capturado nada por la noche. Pero se lo ha dicho Jesús y Pedro confía totalmente en él: “Apoyado en tu palabra, echaré las redes“.
Pedro es, al mismo tiempo, un hombre de corazón sincero. Sorprendido por la enorme pesca obtenida, “se arroja a los pies de Jesús” y con una espontaneidad admirable le dice: “Apártate de mí, que soy pecador”. Pedro reconoce ante todos su pecado y su absoluta indignidad para convivir de cerca con Jesús.
Jesús no se asusta de tener junto a sí a un discípulo pecador. Al contrario, si se siente pecador, Pedro podrá comprender mejor su mensaje de perdón para todos y su acogida a pecadores e indeseables. “No temas. Desde ahora, serás pescador de hombres”. Jesús le quita el miedo a ser un discípulo pecador y lo asocia a su misión de reunir y convocar a hombres y mujeres de toda condición a entrar en el proyecto salvador de Dios.
¿Por qué la Iglesia se resiste tanto a reconocer sus pecados y confesar su necesidad de conversión? La Iglesia es de Jesucristo, pero ella no es Jesucristo. A nadie puede extrañar que en ella haya pecado. La Iglesia es “santa” porque vive animada por el Espíritu Santo de Jesús, pero es “pecadora” porque no pocas veces se resiste a ese Espíritu y se aleja del evangelio. El pecado está en los creyentes y en las instituciones; en la jerarquía y en el pueblo de Dios; en los pastores y en las comunidades cristianas. Todos necesitamos conversión.
Es muy grave habituarnos a ocultar la verdad pues nos impide comprometernos en una dinámica de conversión y renovación. Por otra parte, ¿no es más evangélica una Iglesia frágil y vulnerable que tiene el coraje de reconocer su pecado, que una institución empeñada inútilmente en ocultar al mundo sus miserias? ¿ No son más creíbles nuestras comunidades cuando colaboran con Cristo en la tarea evangelizadora, reconociendo humildemente sus pecados y comprometiéndose a una vida cada vez más evangélica?¿No tenemos mucho que aprender también hoy del gran apóstol Pedro reconociendo su pecado a los pies Jesús?
José Antonio Pagola

ENTRA EN TU INTERIOR
            Hoy cada una de las lecturas nos presenta una escena de vocación. Es lógico. En el comienzo del evangelio que estamos leyendo está la llamada a los primeros discípulos y la respuesta de éstos. Esto hace que la primera lectura recoja también una vocación profética. La segunda lectura nos transmite la llamada que de parte de Dios han recibido los corintios por boca de san Pablo.
            Isaías explica su vocación. Ha sido una visión majestuosa del Señor en el templo, rodeado por los serafines: “¡Santo, Santo, Santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria!”. Isaías ha contemplado a Dios, y, claro está, ha quedado sin palabras. ¿Cómo se puede explicar lo inefable? Ante la santidad de Dios, ha sentido como nunca su impureza y de ésta sólo Dios puede curarlo. ¡Y lo hace!
            Es entonces cuando puede “escuchar la voz del Señor” de verdad, y no antes. Entonces puede comprender que el Señor le necesita a él, que ha sido purificado, para recibir la misión de ser portador de la palabra que ha escuchado: “¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?. Sólo entonces puede responder a la llamada (vocación) que Dios le hace: “aquí estoy, mándame”. Ha nacido un profeta.
            También Simón Pedro se ha encontrado con que la experiencia del inefable se le ha hecho presente en su vida. “Nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada”, dirá explicando su vida hasta entonces de manera muy gráfica. Pero está dispuesto a hacer caso de la palabra que ha escuchado pues Jesús “desde la barca, sentado, enseñaba a la gente”. Cuando esta palabra se concreta en él, “rema mar adentro, y echad las redes para pescar”, sencillamente obedece y se encuentra con la maravilla de la acción de Dios que todo lo transforma.
            También Pedro siente su indignidad, como antes Isaías y todos los profetas, en contrate y en contacto con la santidad de Dios que se le ha hecho evidente en Jesús. No es extraña su reacción: “apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Es entonces cuando está a punto para recibir la misión: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Ha nacido un apóstol, listo para acompañar y seguir a Jesús.

ORA EN TU INTERIOR
            Más allá del proceso de su propia vocación, es ahora Pablo, el apóstol, quien nos hace ver cómo la misión que Dios le ha confiado consiste en anunciar fielmente la Buena Nueva. Él es el instrumento de la llamada que Dios hace a todos “y que os está salvando”, porque todo el mundo puede hacer experiencia de la santidad de Dios, chocar con la propia debilidad y ser curado, para vivir en la vida nueva a la que Dios nos llama.
            Si ya lo hacemos habitualmente, hoy las lecturas nos invitan a rezar por las vocaciones. Y esto quiere decir rezar para que a todo el mundo pueda llegarle nítida la Buena Nueva de la salvación en su vida y así todo el mundo pueda hacer esta experiencia de la santidad de Dios que le lleva a sentir la propia debilidad de la que Dios lo puede curar. Entonces cada uno podrá escuchar y comprender lo que Dios le pide en la vida.
            El proceso de esta vocación, como refleja Pablo, llega por obra de la misión apostólica. Es preciso que roguemos a Dios para que no falten respuestas a esta llamada específica en el ministerio.
            Cada Eucaristía tiene que poder ser un nuevo encuentro con la santidad de Dios que habla y actúa en nuestra vida.
ORACIÓN FINAL
Dios, que has querido hacernos partícipes de un mismo pan y un mismo cáliz, concédenos vivir tan unidos a Cristo que fructifiquemos con gozo para la salvación del mundo. Por Jesucristo, nuestro Señor.



  Expliquemos el evangelio a los niños

Imágen de Fano

"REMA MAR ADENTRO"
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lunes, 21 de enero de 2013

IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (C)


“Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra”.
3 de Febrero
IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (C)
1ª Lectura: Jeremías 1,4-5.17-19
Salmo 70: Mi boca contará tu salvación, Señor.
2ª Lectura: 1 Corintios 12,31-13,13
PALABRA DEL DÍA
Lc 4,21-30
“Comenzó Jesús a decir en la sinagoga: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: “¿No es este el hijo de José?”. Y Jesús les dijo: “Sin duda me recitaréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm”. Y añadió: “Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del Profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naaman, el sirio”. Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba”.
Versión para Latinoamérica extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír".
Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: "¿No es este el hijo de José?".
Pero él les respondió: "Sin duda ustedes me citarán el refrán: 'Médico, cúrate a ti mismo'. Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaún".
Después agregó: "Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra.
Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país.
Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón.
También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio".
Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron
y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino”.
REFLEXIÓN
¿NO NECESITAMOS PROFETAS?

«Un gran profeta ha surgido entre nosotros». Así gritaban en las aldeas de Galilea, sorprendidos por las palabras y los gestos de Jesús. Sin embargo, no es esto lo que sucede en Nazaret cuando se presenta ante sus vecinos como ungido como Profeta de los pobres.

Jesús observa primero su admiración y luego su rechazo. No se sorprende. Les recuerda un conocido refrán: «Os aseguro que ningún profeta es bien acogido en su tierra». Luego, cuando lo expulsan fuera del pueblo e intentan acabar con él, Jesús los abandona. El narrador dice que «se abrió paso entre ellos y se fue alejando». Nazaret se quedó sin el Profeta Jesús.

Jesús es y actúa como profeta. No es un sacerdote del templo ni un maestro de la ley. Su vida se enmarca en la tradición profética de Israel. A diferencia de los reyes y sacerdotes, el profeta no es nombrado ni ungido por nadie. Su autoridad proviene de Dios, empeñado en alentar y guiar con su Espíritu a su pueblo querido cuando los dirigentes políticos y religiosos no saben hacerlo. No es casual que los cristianos confiesen a Dios encarnado en un profeta.

Los rasgos del profeta son inconfundibles. En medio de una sociedad injusta donde los poderosos buscan su bienestar silenciando el sufrimiento de los que lloran, el profeta se atreve a leer y a vivir la realidad desde la compasión de Dios por los últimos. Su vida entera se convierte en "presencia alternativa" que critica las injusticias y llama a la conversión y el cambio.

Por otra parte, cuando la misma religión se acomoda a un orden de cosas injusto y sus intereses ya no responden a los de Dios, el profeta sacude la indiferencia y el autoengaño, critica la ilusión de eternidad y absoluto que amenaza a toda religión y recuerda a todos que sólo Dios salva. Su presencia introduce una esperanza nueva pues invita a pensar el futuro desde la libertad y el amor de Dios.

Una Iglesia que ignora la dimensión profética de Jesús y de sus seguidores, corre el riesgo de quedarse sin profetas. Nos preocupa mucho la escasez de sacerdotes y pedimos vocaciones para el servicio presbiteral. ¿Por qué no pedimos que Dios suscite profetas? ¿No los necesitamos? ¿No sentimos necesidad de suscitar el espíritu profético en nuestras comunidades?.

Una Iglesia sin profetas, ¿no corre el riesgo de caminar sorda a las llamadas de Dios a la conversión y el cambio? Un cristianismo sin espíritu profético, ¿no tiene el peligro de quedar controlado por el orden, la tradición o el miedo a la novedad de Dios?


José Antonio Pagola


ENTRA EN TU INTERIOR
            Siguiendo la lectura continuada del evangelio de Lucas, enlazamos con el domingo anterior, cuando Jesús tomó el volumen de Isaías y leyó el pasaje donde está escrito: “el espíritu del Señor está sobre mí… me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres…” Y Jesús añadió su comentario personal: “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír”. Aquel de quien habla la profecía es él. Jesús se presenta como aquel profeta. Y a la reacción de los habitantes de Nazaret, que tan bien le conocían, primero fue de admiración, pero al poco rato se convirtió en rechazo. Sobre este tema que, como vemos, también podría reflejar nuestra propia situación actual, se nos ha propuesto en la primera lectura, un texto del profeta Jeremías, en el cual éste aparece como un hombre elegido por Dios pero que, como Jesús, deberá soportar el rechazo de su pueblo. Por ello el salmo que sigue, destaca la protección que Dios ofrece a todos sus discípulos para que puedan soportar las condiciones adversas en las que deberán vivir.
            En los domingos ordinarios, la primera lectura trata, habitualmente, el mismo tema que el Evangelio, pero no nos podemos olvidar de la segunda lectura, que aunque toca otro tema, no por eso es secundario o menos importante.
            En los dos domingos anteriores Pablo nos ha hablado de los carismas, que son los dones que Dios concede a cada uno de nosotros, por medio de su Espíritu,  para que podamos ponerlos al servicio de toda la comunidad. Y los dones son diversos. No todos sabemos ni podemos hacerlo todo. Es necesario que tengamos conciencia de ser una comunidad, un cuerpo, en el cual todos los miembros trabajan con una misma finalidad y entre todos lo vamos cubriendo todo. Hoy nos llega aquel texto que hemos escuchado tantas veces, sobre todo en las celebraciones de bodas: el himno al amor.
            Entre todos los dones y carismas que podemos recibir de Dios, hay uno que es el más excelente de todos y, por tanto, lo hemos de valorar más que cualquier otro. Es el único que no sólo sirve durante el tiempo de nuestra permanencia aquí en la tierra, sino que atraviesa la barrera de la muerte y sigue siendo válido incluso en la etapa de nuestra vida en el cielo. Éste es el amor, acerca del cual Pablo enumera algunas de sus características para terminar diciendo: “el amor no pasa nunca”.
            Con tres palabras distintas, designa la lengua griega la palabra amor, según el sentido que se le quería dar: eros (que no aparece nunca en el N.T.), para el amor que cada uno tiene a personas y cosas en proporción a lo que espera obtener de ellas; filía (que solo aparece unas pocas veces en el N.T.), que significa la amistad, y ágape que, contrariamente al eros, significa lo que cada uno está dispuesto a hacer y a dar para hacer felices a aquellos que ama. En el Nuevo testamento siempre aparece ágape. Este es el amor que Cristo predicó. Un amor que está dispuesto incluso al sacrificio, cuando es necesario. Es así como hemos de amarnos unos a otros. Este es el amor que nunca se marchita.
 ORA EN TU INTERIOR

          Jesús no es una doctrina que se aprende de memoria pero no nos toca el corazón. Jesús es “alguien” de verdad que camina a nuestro lado, al lado de todo ser humano, y nos ofrece su amistad y su Reino. Jesús sigue siendo hoy el profeta del Reino, y las palabras del profeta Isaías siguen cumpliéndose en él. “Ha sido consagrado para llevar la buena Noticia a los pobres; ha sido enviado a anunciar libertad a los pobres; ha sido enviado a anunciar libertad a los presos, a dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a anunciar el año favorable del Señor” (Is 61,1-2). ¿Cómo resuenan en mí estas palabras?.

Expliquemos el Evangelio a los niños
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viernes, 18 de enero de 2013

DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO (C)



“Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles:
-Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.
27 de Enero
DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

JORNADA DE LA INFANCIA MISIONERA
1ª Lectura: Nehemías 8,2-4.5.8-10
Salmo 18: Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
2ª Lectura: 1 corintios 12,12-30
PALABRA DEL DÍA
Lc 1,1-4; 4,14-21
“Excelentísimo Teófilo: Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
            En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor” Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: -Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”
Versión para Latinoamérica extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros,
tal como nos fueron transmitidos por aquellos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra.
Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado,
a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido.
Jesús volvió a Galilea con del poder el Espíritu y su fama se extendió en toda la región.
Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.
Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura.
Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor.
Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él.
Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír".

REFLEXIÓN
            ¿Habéis oído bien, en la primera lectura de hoy, con qué solemnidad el sacerdote Esdras presenta el libro de la Ley y comunica su contenido? ¿Os lo imagináis en pie, encima de una tarima, rodeado del pueblo, que escucha conmovido? La costumbre de leer en público en los actos de culto viene ya de muy antiguo. En el evangelio hemos observado como, en tiempo de Jesús, era normal reunirse en las sinagogas en día de fiesta y escuchar de labios de un lector los textos sagrados de la Ley y los Profetas. Nosotros, en la primera parte de la celebración eucarística, estamos haciendo exactamente lo mismo: recordamos los hechos principales de la historia de la salvación en el Antiguo Testamento, oramos con los salmos, y ponemos el acento en los preciosos textos de los evangelios y el resto del Nuevo Testamento. Eso sólo ya justificaría el hecho, después de la mesa de la Palabra, que alimenta y sostiene nuestra fe, tenemos, además, la mesa de la Eucaristía, que nos pone en comunión total con el Señor resucitado.
            Jesús hizo de lector aquel día. Le dieron el libro de Isaías. Jesús, el carpintero de Nazaret, era un asiduo asistente a la lectura bíblica de la sinagoga. Había interiorizado tanto las palabras de algunos textos de Isaías, que después configurarían buena parte de su pensamiento y actuación. Hoy mismo, Jesús confiesa abiertamente que el programa diseñado por el profeta, será su programa. Y como consecuencia, debería ser el nuestro, si queremos considéranos discípulos de Jesús.
            Jesús es judío; conoce la Ley de Moisés, conoce cómo la interpretan los maestros de la Ley; conoce cómo repercute en la vida diaria del pueblo. Jesús se siente y se sabe “ungido” por el espíritu de Dios. En la sinagoga de Nazaret no anuncia la “abolición” de la Ley, nunca lo hizo, sino que anuncia un nuevo tiempo de libertad y de opción preferencial por los más pequeños. Su misión no es la de imponer cargas y sanciones a la gente que ya no podía ni respirar. La misión de Jesús es la de anunciar el “año de gracia de Dios. El ser humano, tantas veces pisado, encuentra en Jesús el servicio de las personas. El  cristiano no es un portador de “coerciones”, sino un “portador de libertad”

ENTRA EN TU INTERIOR
EN LA MISMA DIRECCIÓN

          Antes de comenzar a narrar la actividad de Jesús, Lucas quiere dejar muy claro a sus lectores cuál es la pasión que impulsa al Profeta de Galilea y cuál es la meta de toda su actuación. Los cristianos han de saber en qué dirección empuja a Jesús el Espíritu de Dios, pues seguirlo es precisamente caminar en su misma dirección.

         Lucas describe con todo detalle lo que hace Jesús en la sinagoga de su pueblo: se pone de pie, recibe el libro sagrado, busca él mismo un pasaje de Isaías, lee el texto, cierra el libro, lo devuelve y se sienta. Todos han de escuchar con atención las palabras escogidas por Jesús pues exponen la tarea a la que se siente enviado por Dios.

          Sorprendentemente, el texto no habla de organizar una religión más perfecta o de implantar un culto más digno, sino de comunicar liberación, esperanza, luz y gracia a los más pobres y desgraciados. Esto es lo que lee. «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor ». Al terminar, les dice : «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír».

          El Espíritu de Dios está en Jesús enviándolo a los pobres, orientando toda su vida hacia los más necesitados, oprimidos y humillados. En esta dirección hemos de trabajar sus seguidores. Ésta es la orientación que Dios, encarnado en Jesús, quiere imprimir a la historia humana. Los últimos han de ser los primeros en conocer esa vida más digna, liberada y dichosa que Dios quiere ya desde ahora para todos sus hijos e hijas.

          No lo hemos de olvidar. La "opción por los pobres" no es un invento de unos teólogos del siglo veinte, ni una moda puesta en circulación después del Vaticano II. Es la opción del Espíritu de Dios que anima la vida entera de Jesús, y que sus seguidores hemos de introducir en la historia humana. Lo decía Pablo VI: es un deber de la Iglesia "ayudar a que nazca la liberación...y hacer que sea total".


          No es posible vivir y anunciar a Jesucristo si no es desde la defensa de los últimos y la solidaridad con los excluidos. Si lo que hacemos y proclamamos desde la Iglesia de Jesús no es captado como algo bueno y liberador por los que más sufren, ¿qué evangelio estamos predicando? ¿A qué Jesús estamos siguiendo? ¿Qué espiritualidad estamos promoviendo? Dicho de manera clara: ¿qué impresión tenemos en la iglesia actual?  ¿Estamos caminando en la misma dirección que Jesús?

José Antonio Pagola
 
ORA EN TU INTERIOR
            Jesús entrega el libro y se sienta. Y Lucas anota que “los ojos de todos” en la sinagoga estaban fijos en él (v.21), literalmente: “Hoy se ha cumplido esta Escritura en vuestros oídos”. El cumplimiento se realiza “hoy”. Es el “hoy” de la salvación que en Jesús llega a los oprimidos, los enfermos y pecadores (Lc 2,11; 23,43). La Escritura se realiza “en vuestros oídos” Todos los presentes ven, pero Jesús los invita a escuchar. Es el oído –no la vista- el sentido capacitado para percibir el cumplimiento de la escritura. La escritura se cumple no sólo en la sinagoga, sino en el lugar de la escucha personal. En cada lector del evangelio de Lucas se realiza el hoy de la salvación, el hoy del año de gracia y de liberación inaugurado por Jesús aquel día en Nazaret. Que para nosotros este año  de la gracia de Dios, sea el Año de la Fe, que el Espíritu ha suscitado al Santo Padre Benedicto XVI para este año 2013.

ORACIÓN
            Señor, el Espíritu que te ungió está sobre ti, y también sobre mí; me ungió en el Bautismo, y me envió al mundo a anunciar tu evangelio como testigo, en mi Confirmación. Y anuncias un nuevo año de gracia: el Año de la Fe. ¡Ojalá se cumpla hoy –y todos los días- tu palabra en mi vida y robustezca mi fe!.
Expliquemos el Evangelio a los niños
Imágenes proporcionadas por Catholic.Net



jueves, 17 de enero de 2013

MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA JORNADA DEL ENFERMO 2013



MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON OCASIÓN DE LA XXI JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO
(11 de febrero de 2013)





«Anda y haz tú lo mismo» (Lc 10,37)

Queridos hermanos y hermanas:

1. El 11 de febrero de 2013, memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes, en el Santuario mariano de Altötting, se celebrará solemnemente la XXI Jornada Mundial del Enfermo. Esta Jornada representa para todos los enfermos, agentes sanitarios, fieles cristianos y para todas la personas de buena voluntad, «un momento fuerte de oración, participación y ofrecimiento del sufrimiento para el bien de la Iglesia, así como de invitación a todos para que reconozcan en el rostro del hermano enfermo el santo rostro de Cristo que, sufriendo, muriendo y resucitando, realizó la salvación de la humanidad» (Juan Pablo II, Carta por la que se instituía la Jornada Mundial del Enfermo, 13 mayo 1992, 3). En esta ocasión, me siento especialmente cercano a cada uno de vosotros, queridos enfermos, que, en los centros de salud y de asistencia, o también en casa, vivís un difícil momento de prueba a causa de la enfermedad y el sufrimiento. Que lleguen a todos las palabras llenas de aliento pronunciadas por los Padres del Concilio Ecuménico Vaticano II: «No estáis… ni abandonados ni inútiles; sois los llamados por Cristo, su viva y transparente imagen» (Mensaje a los enfermos, a todos los que sufren).

 
2. Para acompañaros en la peregrinación espiritual que desde Lourdes, lugar y símbolo de esperanza y gracia, nos conduce hacia el Santuario de Altötting, quisiera proponer a vuestra consideración la figura emblemática del Buen Samaritano (cf. Lc 10,25-37). La parábola evangélica narrada por san Lucas forma parte de una serie de imágenes y narraciones extraídas de la vida cotidiana, con las que Jesús nos enseña el amor profundo de Dios por todo ser humano, especialmente cuando experimenta la enfermedad y el dolor. Pero además, con las palabras finales de la parábola del Buen Samaritano, «Anda y haz tú lo mismo» (Lc 10,37), el Señor nos señala cuál es la actitud que todo discípulo suyo ha de tener hacia los demás, especialmente hacia los que están necesitados de atención. Se trata por tanto de extraer del amor infinito de Dios, a través de una intensa relación con él en la oración, la fuerza para vivir cada día como el Buen Samaritano, con una atención concreta hacia quien está herido en el cuerpo y el espíritu, hacia quien pide ayuda, aunque sea un desconocido y no tenga recursos. Esto no sólo vale para los agentes pastorales y sanitarios, sino para todos, también para el mismo enfermo, que puede vivir su propia condición en una perspectiva de fe: «Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito» (Enc. Spe salvi, 37). 

3. Varios Padres de la Iglesia han visto en la figura del Buen Samaritano al mismo Jesús, y en el hombre caído en manos de los ladrones a Adán, a la humanidad perdida y herida por el propio pecado (cf. Orígenes, Homilía sobre el Evangelio de Lucas XXXIV, 1-9; Ambrosio, Comentario al Evangelio de san Lucas, 71-84; Agustín, Sermón 171). Jesús es el Hijo de Dios, que hace presente el amor del Padre, amor fiel, eterno, sin barreras ni límites. Pero Jesús es también aquel que «se despoja» de su «vestidura divina», que se rebaja de su «condición» divina, para asumir la forma humana (Flp 2,6-8) y acercarse al dolor del hombre, hasta bajar a los infiernos, como recitamos en el Credo, y llevar esperanza y luz. Él no retiene con avidez el ser igual a Dios (cf. Flp 6,6), sino que se inclina, lleno de misericordia, sobre el abismo del sufrimiento humano, para derramar el aceite del consuelo y el vino de la esperanza.
4. El Año de la fe que estamos viviendo constituye una ocasión propicia para intensificar la diaconía de la caridad en nuestras comunidades eclesiales, para ser cada uno buen samaritano del otro, del que está a nuestro lado. En este sentido, y para que nos sirvan de ejemplo y de estímulo, quisiera llamar la atención sobre algunas de las muchas figuras que en la historia de la Iglesia han ayudado a las personas enfermas a valorar el sufrimiento desde el punto de vista humano y espiritual. Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, «experta en la scientia amoris» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo Millennio ineunte, 42), supo vivir «en profunda unión a la Pasión de Jesús» la enfermedad que «la llevaría a la muerte en medio de grandes sufrimientos» (Audiencia general, 6 abril 2011). El venerable Luigi Novarese, del que muchos conservan todavía hoy un vivo recuerdo, advirtió de manera particular en el ejercicio de su ministerio la importancia de la oración por y con los enfermos y los que sufren, a los que acompañaba con frecuencia a los santuarios marianos, de modo especial a la gruta de Lourdes. Movido por la caridad hacia el prójimo, Raúl Follereau dedicó su vida al cuidado de las personas afectadas por el morbo de Hansen, hasta en los lugares más remotos del planeta, promoviendo entre otras cosas la Jornada Mundial contra la lepra. La beata Teresa de Calcuta comenzaba siempre el día encontrando a Jesús en la Eucaristía, saliendo después por las calles con el rosario en la mano para encontrar y servir al Señor presente en los que sufren, especialmente en los que «no son queridos, ni amados, ni atendidos». También santa Ana Schäffer de Mindelstetten supo unir de modo ejemplar sus propios sufrimientos a los de Cristo: «La habitación de la enferma se transformó en una celda conventual, y el sufrimiento en servicio misionero… Fortificada por la comunión cotidiana se convirtió en una intercesora infatigable en la oración, y un espejo del amor de Dios para muchas personas en búsqueda de consejo» (Homilía para la canonización, 21 octubre 2012). En el evangelio destaca la figura de la Bienaventurada Virgen María, que siguió al Hijo sufriente hasta el supremo sacrifico en el Gólgota. No perdió nunca la esperanza en la victoria de Dios sobre el mal, el dolor y la muerte, y supo acoger con el mismo abrazo de fe y amor al Hijo de Dios nacido en la gruta de Belén y muerto en la cruz. Su firme confianza en la potencia divina se vio iluminada por la resurrección de Cristo, que ofrece esperanza a quien se encuentra en el sufrimiento y renueva la certeza de la cercanía y el consuelo del Señor.

5. Quisiera por último dirigir una palabra de profundo reconocimiento y de ánimo a las instituciones sanitarias católicas y a la misma sociedad civil, a las diócesis, las comunidades cristianas, las asociaciones de agentes sanitarios y de voluntarios. Que en todos crezca la conciencia de que «en la aceptación amorosa y generosa de toda vida humana, sobre todo si es débil o enferma, la Iglesia vive hoy un momento fundamental de su misión» (Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici, 38).

Confío esta XXI Jornada Mundial del Enfermo a la intercesión de la Santísima Virgen María de las Gracias, venerada en Altötting, para que acompañe siempre a la humanidad que sufre, en búsqueda de alivio y de firme esperanza, que ayude a todos los que participan en el apostolado de la misericordia a ser buenos samaritanos para sus hermanos y hermanas que padecen la enfermedad y el sufrimiento, a la vez que imparto de todo corazón la Bendición Apostólica.

Vaticano, 2 de enero de 2013

Benedictus PP XVI