sábado, 30 de marzo de 2013

OCTAVA DE PASCUA


OCTAVA DE PASCUA

Jesús de Nazaret ha muerto. Un hombre único e incomparable ha sido crucificado. ¿Ha fracasado su causa por ello? He aquí que al proceso de los hombres responde el contra-proceso de Dios. Dios mismo toma partido y “firma”, para autentificarlas, las páginas “escritas” por la vida de Jesús. “A aquel a quien vosotros habéis crucificado, Dios lo ha resucitado de entre los muertos”. La fe cristiana se presenta como un juicio solemne, el juicio de Dios.

            Algo ha ocurrido durante el tiempo que media entre la Pascua y el nacimiento de la Iglesia. Algo ha cambiado durante esta Cincuentena primordial. Los discípulos, enloquecidos y dispersados por el miedo, se han transformados en ardientes defensores. “¡No podemos dejar de hablar!”. Los apóstoles han tenido una experiencia que les va a revelar el sentido de la muerte de Jesús en la cruz. “Era necesario que el Mesías sufriera” era necesario… No es un fracaso.

            La resurrección de Jesús es un “misterio” que no pertenece al mundo visible y evidente. En un acto divino que nos resulta inaccesible a no ser por la fe, por los signos de la fe. Aun cuando algunos acontecimientos (tumba vacía, apariciones) puedan ser como la huella de ese misterio en nuestra historia, siempre habrá que interpretar estos signos y buscar su sentido profundo. No basta con que haya una tumba vacía para que el desaparecido sea proclamado Hijo de Dios y Señor.

            Hay que interpretar. Algunos lo hacían de modo deductivo, sacando la lección de los hechos: a Jesús, dicen, lo ha resucitado Dios. Pero ¿de qué valdría su testimonio si sólo se apoyara en su lógica? Otros se dedicarán a anunciar al resucitado, y de los acontecimientos nacerán una predicación y un mensaje. Y otros interpretarán los hechos refiriéndose a la existencia humana: ¿qué significa para nosotros? Así nació la teología de la Pascua, es decir, el descubrimiento del sentido salvífico de la muerte y la resurrección de Cristo.

            La afirmación de la resurrección es el núcleo de la confesión pascual. Decir que Jesús ha resucitado es afirmar un hecho de naturaleza “escatológica” que tiene una relación determinante con el “fin de los tiempos”. Es afirmar que, con la resurrección, Jesús está ya instalado en su función de salvador y juez de la historia humana.

            Nuestra existencia no camina hacia la muerte. Jesús es la prenda y la fuente de nuestra existencia eterna. Victoria de la vida, que no es empujada hacia un futuro ilusorio, porque es victoria para hoy. La “Pascua” que vivimos con Cristo nos hace pasar desde ahora a la verdadera vida, que es comunión con Dios. Desde la mañana de Pascua vivimos en régimen de resurrección, y “en esta existencia  cotidiana que recibimos de tu gracia ha comenzado ya la vida eterna”.

            Esta semana, octava solemne de Pascua, la liturgia va a repetir un mismo anuncio con múltiples variaciones, pero siempre para decirnos que “el mundo antiguo ha desaparecido y ha nacido ya un mundo nuevo”.

LUNES DE LA OCTAVA DE PASCUA

1 DE ABRIL

          Hechos 2,14.22-33

“Hombres de Judea y los que residís en Jerusalén, comprended bien lo que ha pasado. Jesús el Nazareno fue crucificado por manos de los impíos, pero Dios lo ha resucitado y nosotros somos testigos”. Jerusalén puede continuar con los ritos de la oración y los sacrificios; nada volverá ya a ser igual. Una comunidad que vive del Espíritu, va a decir una palabra de gracia y reconciliación, va a realizar unos gestos que muy pronto dividirán al pueblo judío en lo referente a la ley musaica.

La palabra de Dios está ya actuando. La Iglesia recibe la enseñanza de los profetas y la confronta con los acontecimientos.

          Salmo 15: “Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti”.

Salmo de confianza, el salmo 15 habla de la fidelidad de Yahvé que levanta al justo. La primera comunidad cristiana lo releyó a la luz de la resurrección de Cristo.

 

PALABRA DEL DÍA

Mateo 28,8-15

“Las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: “Alegraos”. Ellas se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies. Jesús les dijo: “No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”. Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles: “Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros”. Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy”.

 

El evangelio de este lunes de la octava de Pascua, contiene dos episodios relacionados con la resurrección del Señor. El primero es la aparición de Jesús a María Magdalena y María la de Santiago, que fueron a visitar su sepulcro. Allí oyeron el anuncio del ángel: “Jesús, el crucificado, no está aquí, ha resucitado, como había dicho… Id aprisa a decirlo a sus discípulos”. Es entonces cuando les sale al encuentro Jesús mismo, que les dice: “Alegraos… No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán”.

La segunda parte del evangelio deja constancia del “invento” sobre el sepulcro vacío de Jesús. Los sumos sacerdotes y los ancianos compran el silencio y la mentira de los guardias del sepulcro, únicos testigos directos de la resurrección: “Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais… Y estas historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy”. En esta reseña sobre la fábula del sepulcro vacío, exclusiva de Mateo, se traduce el clima conflictivo entre la vieja sinagogas y la joven Iglesia.

MARTES DE LA OCTAVA DE PASCUA

2 DE ABRIL

          Hechos 2,36-41

Primeras predicaciones, primeras conversiones: “A quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías”. Los apóstoles se comportan siempre del mismo modo cuando se dirigen a la sinagoga. En primer lugar, recuerdan los grandes sucesos de la historia judía y el mensaje de los profetas. Después presentan la buena noticia de Jesucristo como cumplimiento de la antigua alianza. Finalmente, concluyen con una llamada a la conversión y a la fe. Los convertidos son entonces bautizados en nombre de Jesucristo. De este modo, el bautismo se pone en relación con el Nombre, es decir, con la persona misma de Jesús resucitado.

          Salmo 32: “La misericordia del Señor llena la tierra”.

El salmo 32, es un himno en honor de las proezas de la obra divina: “La palabra de Dios es sincera; más tajante que espada de doble filo…”


PALABRA DEL DÍA

Juan 20,11-18

“Fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntaban: “Mujer, ¿por qué lloras?”. Ella les contesta: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Dicho esto, da media vuelta y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dice: “Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas? Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: “Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo han puesto y yo lo recogeré”. Jesús le dice: “¡María!”. Ella se vuelve y le dice “¡Rabboni!”, que significa “¡Maestro!”. Jesús le dice: “Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Diios vuestro”. María Magdalena fue y anunció a los discípulos: “He visto al Señor y ha dicho esto”.

“¡Suéltame, que todavía no he subido al Padre!”. Cuando, en la cruz, Jesús hubo entregado el Espíritu, había muerto de amor. Había glorificado a su Padre, y el Padre le había glorificado a él. Desde entonces pertenece al mundo del espíritu. Sólo los creyentes, los que aceptan renacer de lo alto y del Espíritu, podrán reconocerlo.

María llora cuando regresa ante la tumba. “¡María!”. “¡Maestro!”: los dos nombres son susurrados, y no sólo los oye el corazón. Llamar por su nombre al hijo que acaba de nacer es hacerse cargo de él en su mismo nacimiento. “¡María!”. María va a renacer. Enjuga unas lágrimas que pertenecen al pasado y “se vuelve”.

Sólo entonces reconoce a Jesús. Había pensado primero en el jardinero, y no estaba lejos de la verdad. ¿Quién es ese jardinero, sino el nuevo Adán a quien el Padre acaba de devolverle la custodia del paraíso reencontrado?.

MIÉRCOLES DE LA OCTAVA DE PASCUA

3 DE ABRIL

          Hechos 3,1-10

Las tres de la tarde, cerca de la “Puerta Hermosa”, Pedro y Juan suben al templo para la oración. Un enfermo se les acerca y les pide ayuda. Ellos le dicen: “No tengo no oro mi plata, pero lo que tengo eso te doy. En nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar”. Un nombre: es todo lo que tienen para ofrecer.

Pero el pensamiento antiguo daba una enorme importancia al conocimiento del nombre, pues éste definía al ser y su función. Conocer el nombre equivalía a poseer el ser, y es un nombre realmente prestigioso el que los apóstoles revelan al tullido: el nombre del Ungido del Señor, de quien el profeta Isaías había cantado la siguiente alabanza: “El Señor me ha ungido; me ha enviado a llevar un gozoso mensaje a los humillados y a curar a quienes tienen el corazón roto” (Is 61,1). Cristo es también Siervo…

          SALMO 104: “Que se alegren los que buscan al Señor”.

El salmo 104 repite sin cesar las maravillas de Dios.

 
PALABRA DEL DÍA

Lucas 24,13-35

“Dos discípulos de Jesús iban a una aldea llamada Emaús. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: “¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?”. Ellos le contestaron: “Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaran. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto. Algunas mujeres fueron muy de mañana al sepulcro y no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron”. Entonces Jesús les dijo: “¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?” Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: “Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída” Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?”

Al atardecer del primer día de la semana, dos hombres van por el camino. Su vida se ha detenido el viernes precedente, mientras Jesús agonizaba en la cruz. Desde entonces, se han dicho el uno al otro la antigua maldición: “Maldito el que es colgado” (Dt 21,23). ¿Quién tiene razón: la autoridad legítima que decidió la muerte del agitador o ese Jesús que reivindicó el título de Mesías? Los dos hombres caminan con aire sombrío. Pero de golpe pasan del desánimo a la euforia, a una fe entusiasta en la resurrección.

La Escritura es la primera clave o vía que Jesús les abre para acceder a la fe en su persona. Los discípulos no lo han reconocido presente en el caminante que se les une en la marcha y que parece ignorar todo lo sucedido aquellos días en Jerusalén. Ellos están desanimados, en la tumba del crucificado quedaron enterradas sus esperanzas mesiánicas, que no son capaces de resurgir ni con las noticias que empiezan a correr en su grupo sobre el sepulcro vacío e incluso  la resurrección de Jesús anunciada por los ángeles a las mujeres.

“Entonces Jesús les dijo: ¡Qué necios  y torpes sois para creer  lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera todo esto para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas. Les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura”. Esta lectura cristológica de la Escritura es el camino que, iniciado por Jesús, seguirá la Iglesia primitiva, como vemos en los pregones apostólicos de los Hechos; por ejemplo el que leeremos mañana jueves y que sigue a la curación del lisiado en la Puerta Hermosa del templo por Pedro y Juan.

La Eucaristía es la segunda clave cerca ya de la aldea de Emaús, el desconocido hizo ademán de seguir adelante. Quédate con nosotros, le dijeron ellos, porque atardece y el día va de caída. Y se dispusieron a cenar juntos. Entonces el Señor, “sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció”. Lucas transcribe aquí exactamente el rito con que Jesús inició la institución de la eucaristía en la última cena, según leemos en san Pablo y en los tres evangelios sinópticos.

La comunidad es la tercera clave. Así lo entendieron los peregrinos de Emaús, que levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once con sus compañeros. Habían aprendido  una lección fundamental, extensiva a todos los cristianos. Cristo  resucitado sigue presente entre ellos, en medio de la comunidad, de una manera nueva y cierta, por la fe que nace de su palabra y de su pan.

 

JUEVES DE LA OCTAVA DE PASCUA

4 DE ABRIL

          Hechos 3,11-26

¡Combate de la vida y la muerte! Pilatos pensaba soltar a Jesús, y los judíos rechazaron su propuesta. Reclamaron el perdón de un asesino para entregar al santo y Justo. Hicieron morir al Príncipe de la vida, y Dios lo resucitó de entre los muertos. Porque Jesús se hizo siervo, porque llegó hasta el final el don de sí. Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está por encima de todo nombre.

La curación del enfermo dejó a la muchedumbre estupefacta y desorientada. Pedro les descubre el sentido del hecho del que han sido testigos y que tiene a Dios por autor.

 

TOMÓ EL PAN, PRONUNCIÓ LA BENDICIÓN, LO PARTIÓ Y

SE LO DIO…

…A ELLOS SE LES ABRIERON LOS OJOS Y LO RECONOCIERON.

Jesús se hizo servidor y fue rechazado por todos. Ahí se encuentra el camino auténtico de la conversión: sólo los que se comprometen en este camino conocerán el tiempo de la restauración. Se ofrece a Israel un último tiempo. Entonces volverá para tomar posesión del Reino eterno que Dios le prometió por boca de los profetas.

          Salmo 8: “Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!”.

“¿Qué es el hombre, Señor, para que te acuerdes de él?”. El salmo 8 es un himno al Dios, creador de todo,  que ha dado el nombre al hombre.


PALABRA DEL DÍA

Lucas 24,35-48

“Contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta en medio de ellos y les dice: “Paz a vosotros”. Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: “¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo”. Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: “¿Tenéis ahí algo de comer?” ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: “esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse”. Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto”.

Al atardecer del primer día de la semana. “¡Paz a vosotros!” Paz a los discípulos aún incrédulos. La paz: un sueño tenaz en el corazón del hombre. Los enemigos se dan la mano, las armas se callan. Los profetas habían prometido tan a menudo esta paz para “el tiempo del descanso”… Ahora está ahí, en medio de los apóstoles estupefactos. Todos los bienes del Reino están ahí.

Jesús en medio de los suyos… La tradición judía conocía relatos de apariciones de espectros o demonios: la tradición griega también. Pero Jesús no es un fantasma; no se aparece un muerto, sino un vivo. Jesús muestra el lugar de los clavos y come un trozo de pan.

Más aún. Instruye a sus apóstoles y les explica cómo su muerte y su resurrección dan cumplimiento a las Escrituras. En efecto, a la Iglesia le gustará repetir los pasajes proféticos y los salmos que iluminan con una luz nueva la vida de su Señor. Pero pronto vendrá el Espíritu que lo renovará todo: será la hora de la misión.

VIERNES DE LA OCTAVA DE PASCUA

5 DE ABRIL

          Hechos 4,1-12

Pedro y Juan instruyen al pueblo e insisten en decir que Jesús ha resucitado de entre los muertos. Muchos de los que les escuchaban se convierten, y crece la comunidad de creyentes. Es más de lo que pueden soportar los sumos sacerdotes, que se encogen de hombros cuando se les habla de resurrección. Hay que matar al polluelo en el huerto y desmembrar la secta. Ha llegado para la Iglesia la hora del testimonio.

“¿En nombre de quién habéis hecho eso?”  -En nombre de Jesús, pues no se nos ha dado bajo el cielo otro nombre que pueda salvarnos. El enfermo ha sido salvado en el nombre de Jesús. ¿No es Jesús la piedra rechazada por los que hoy persiguen a la joven Iglesia, pero elegida por Dios para ser la piedra angular sobre la que se edifique el nuevo Israel?-.

          Salmo 117: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular”.

El salmo 117 pertenece al género de acciones de gracias individuales. El versículo 12 parece haber sido interpretado por los judíos como el anuncio de la edificación de la comunidad escatológica, pero la Iglesia no tardó en aplicarlo a Cristo, fundador del nuevo pueblo de Dios. Obsérvese el tono antijudío que se desprende de un juego de palabra arameo que asimila los “arquitectos” a los escribas.

 
EVANGELIO DEL DÍA

Juan 21,1-14

“Simón Pedro dice (a Tomás, Natanael, los Zebedeos y otros dos): “Me voy a pescar”. Ellos contestan: “Vamos también nosotros contigo”. Salieron y se embarcaron; y aquella noche no pescaron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: “Muchachos, ¿tenéis pescado?” Ellos contestaron: “No”. Él les dice: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis”. La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: “Es el Señor”. Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaba de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al salir a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús le dice: “traed de los peces que acabáis de pescar” Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: “Vamos, almorzad”. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos”.

“No tengas miedo, Simón; desde ahora serás pescador de hombres” (Lc 5,10). Por orden de Jesús echaron la red y sacaron ciento cincuenta y tres peces. Jesús ha glorificado a su Padre, y ahora el Padre le glorifica a él. Resucitado, realiza la promesa que había hecho a algunos paganos: “cuando haya sido elevado de la tierra, atraeré a todos los hombres hacia mí”. Ahora es el tiempo de la misión, y Pedro es su jefe: ¿No se lanzó al agua al reconocer al Señor, igual que había corrido hacia la tumba vacía en la mañana de Pascua? Han capturado una enorme cantidad de peces, y la red no se rompe con el peso de la pesca. Así, contra toda esperanza, los apóstoles van a congregar a hombres de todas partes en la unidad de una sola Iglesia. Pero sin Jesús no pueden hacer nada: durante la noche no habían pescado una sola pieza.

Aunque a primera vista pueda parecer que falta una de las características de las apariciones de Cristo resucitado, es decir: el envío misionero, la misión está indicada en el simbolismo misionero de la barca, la pesca, la red y los peces. Detalles todos que apuntan a la misión universal de la Iglesia “pescadores de hombres” y que ahora faenan comunitariamente y en cómo desborda de peces su red.

A todos nosotros se nos dice hoy: Echad la red, es decir, servid a mi misión redentora entre vuestros hermanos los hombres. A esta misión nos remite la eucaristía que a diario celebramos en nuestras comunidades.

SÁBADO DE LA OCTAVA DE PASCUA

6 DE ABRIL

          Hechos 4,13-21

“¿Qué es justo a los ojos de Dios: escucharos a vosotros o escucharle a él?”. El tribunal religioso reprochaba a los apóstoles el que hablen de Jesús, pero ¿podrían actuar de otro modo? Jesús se ha apoderado de ellos, como pronto se apoderará de Pablo de Tarso. Ellos le han dado su fe, su corazón, su vida, y el Aliento de Dios les ha sumergido en su fuego. No existe un contrato entre el resucitado y sus discípulos, sino una pasión recíproca. Lo que Pedro, Juan y los demás han visto y oído no pueden callarlo, pues está en juego la salvación del hombre. Lo que han visto y oído lo anuncian a todos, para que la humanidad entera entre en comunión con ellos, ya que su comunión es comunión con el Padre y con Jesucristo.

          Salmo 117 (ver viernes de la octava).

 
EVANGELIO DEL DÍA

Marcos 16,9-15

“Jesús, resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a anunciárselo a sus compañeros, que estaban de duelo y llorando. Ellos, al oírle decir que estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron. Después se apareció en figura de otro a dos de ellos que iban caminando a una finca. También ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero no los creyeron. Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado. Y les dijo: “Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación”.

El evangelio contiene  un breve recuento de apariciones de Jesús resucitado: primero a María Magdalena, después a los dos discípulos de Emaús y finalmente a los once, cuando estaban a la mesa. Jesús les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado.

Los estudiosos de los evangelios coinciden en afirmar, que este final no formaba parte del evangelio primitivo de Marcos; está redactado con un vocabulario y un estilo diferente del resto. Se trata más bien de un resumen de los relatos de apariciones que figuran en los otros evangelios, a los que se ha añadido una serie de alusiones a determinados acontecimientos referidos en el libro de los Hechos. Su autenticidad era ya discutida en el siglo segundo.

 

jueves, 28 de marzo de 2013

PASCUA DE RESURRECCIÓN






30- 31 de Marzo
SÁBADO SANTO DE LA SEPULTURA DEL SEÑOR
VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA
Lecturas del Antiguo Testamento
·         Génesis 1,1-2,2
-          Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno.
·         Salmo 103
·         Génesis 22,1-18
-          El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe.
·         Salmo 15
·         Éxodo 14,15-15,1
-          Los Israelitas en medio del mar, a pie enjuto.
·         Salmo: Éx 15,1-18
·         Isaías 54,5-14
-          Con misericordia eterna te quiere el Señor, tu redentor.
·         Salmo 29
·         Isaías 55,1-11
-          Venid a mí y viviréis, sellaré con vosotros alianza perpetua.
·         Salmo: Is. 12,2-6
·         Baruc 3,9-15.32
-          Caminad a la claridad del resplandor del Señor.
·         Salmo 18
·         Ezequiel 36,16-28
-          Derramaré sobre vosotros un agua pura y os daré un corazón nuevo.
·         Salmo 41
Lectura del Nuevo Testamento
·         Romanos 6,3-11
-          Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más.
·         Salmo 117

PALABRA DE LA VIGILIA
Lc 24,1-12
“El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y entrando no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas por esto, se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes. Ellas, despavoridas, miraban al suelo, y ellos les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado. Acordaos de lo que os dijo estando todavía en Galilea: “El Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar”. Recordaron sus palabras, volvieron del sepulcro y anunciaron todo esto a los Once y a los demás. María Magdalena, Juana y María la de Santiago, y sus compañeras contaban esto a los apóstoles. Ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron. Pedro se levantó y fue corriendo al sepulcro. Asomándose vio las vendas por el suelo. Y se volvió admirándose de lo sucedido”.
 
 
 

31 de Marzo
DOMINGO DE PASCUA DE LA
RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
1ª Lectura: Hechos 10,34.37-41
Salmo117: Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.
2ª Lectura: Colosenses 3,1-4
PALABRA DEL DÍA
Jn 20,1-9
“El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos”.



Versión para Latinoamérica extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado.
Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro
y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.
Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes.
Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: "¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?
No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea:
'Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día'".
Y las mujeres recordaron sus palabras.
Cuando regresaron del sepulcro, refirieron esto a los Once y a todos los demás.
Eran María Magdalena, Juana y María, la madre de Santiago, y las demás mujeres que las acompañaban. Ellas contaron todo a los Apóstoles,
pero a ellos les pareció que deliraban y no les creyeron.
Pedro, sin embargo, se levantó y corrió hacia el sepulcro, y al asomarse, no vio más que las sábanas. Entonces regresó lleno de admiración por lo que había sucedido”.

REFLEXIÓN
                ¿Crees en la resurrección? La fe en la resurrección no es producto de un deseo, un sueño o una añoranza, es fruto de un encuentro con el Resucitado. Quizá no lo haya visto ni palpado, pero lo he experimentado. Puedo recibir de mis padres y catequistas la enseñanza y la doctrina, pero no basta. Mi fe será viva, no enseñada, cuando de algún modo haya experimentado la presencia viva de Jesús. Sólo así podré ser testigo de la Pascua.
            De algún modo una sensación de presencia, una palabra, una fortaleza, una alegría, una providencia, una esperanza, un amor… pero no como virtud, sino como fruto del Espíritu de Jesús.
            La resurrección. Es el triunfo de la vida. La muerte es nuestro gran interrogante y nuestro angustioso horizonte. Humanamente hablando es muy difícil superar este miedo “mortal”. La muerte se presenta como disolución y corrupción, como silencio y vacío, como nada. “El abismo no te da gracias, ni la muerte te alaba, ni esperan en tu fidelidad los que bajan a la fosa”, dice Isaías.
            Esta paz y este gozo ante la muerte es fruto de la resurrección. El espíritu de Dios ha podido convertir la corrupción en floración, la disgregación en principio de unificación, el vacío en plenitud, la nada en nueva creación y la soledad absoluta en encuentros de comunión. La muerte, pues, no es el final de la vida, sino el paso, el principio de nueva vida. La muerte ya te puede alabar y los que bajan a la fosa seguirán esperando en tu fidelidad. Creer en el Resucitado es poder decir: “Cristo, vida mía”.
Es el triunfo del amor. Es pura coherencia, porque la vida consiste en amar. Se nos dijo que el amor es fuerte como la muerte, ahora sabemos que el amor es más fuerte que la muerte. Bastaría escuchar el himno triunfal de Pablo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?... Estoy seguro que ni la muerte ni la vida…, ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom 8,35.38-39).
            Es el triunfo de la esperanza. Ahora la esperanza se siente aún más segura y más cargada de razones. Ahora se puede creer en nuevas utopías y mirar al futuro con más optimismo. Ahora sabemos que el final no será la desgracia, sino la gracia; no el dolor, sino el gozo, no la injusticia o la opresión, sino la liberación.
            El triunfo de la santidad. La Pascua de la Resurrección significa el triunfo de la gracia. Los pecados quedaron ya clavados en la cruz o enterrados en el sepulcro. También nosotros, por la fe y por el Bautismo, resucitamos a una vida nueva. “Celebramos la Pascua, no con la levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad) sino con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad”.
            El triunfo de la alegría. “La única tristeza es la de no ser santo”.  Cristo resucitado irradia su paz y su alegría dondequiera se manifieste. La paz y la alegría  van siempre juntas. “Paz con vosotros… Y ellos se alegraron de ver al Señor” Pedro matiza y califica esta  alegría pascual: “Rebosando de alegría inefable y gloriosa”, que procede de la fe en el Resucitado y del amor del resucitado, que nos amó primero. La mayor alegría es sentirse amado.
            No es una alegría barata. Es una alegría que es don del Espíritu. No proviene de la santificación de los sentidos, sino del encuentro con el Señor. Aunque no le hayamos visto, él se nos ha manifestado en fe y amor.
            La alegría, naturalmente, está reñida con el temor. Cuando Jesús resucitado se acerca, se alejan  huyendo los temores. “No temas. No temas. Soy yo” No está reñida con  el sufrimiento, “aunque seáis afligidos con diversas pruebas”.

ENTRA EN TU INTERIOR



Misterio de Esperanza
Creer en el Resucitado es resistirnos a aceptar que nuestra vida es solo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Apoyándonos en Jesús resucitado por Dios, intuimos, deseamos y creemos que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el anhelo de vida, de justicia y de paz que se encierra en el corazón de la Humanidad y en la creación entera.
Creer en el Resucitado es rebelarnos con todas nuestras fuerzas a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños, que solo han conocido en esta vida miseria, humillación y sufrimientos, queden olvidados para siempre.
Creer en el Resucitado es confiar en una vida donde ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar. Por fin podremos ver a los que vienen en pateras llegar a su verdadera patria.
Creer en el Resucitado es acercarnos con esperanza a tantas personas sin salud, enfermos crónicos, discapacitados físicos y psíquicos, personas hundidas en la depresión, cansadas de vivir y de luchar. Un día conocerán lo que es vivir con paz y salud total. Escucharán las palabras del Padre: “Entra para siempre en el gozo de tu Señor”.
Creer en el Resucitado es no resignarnos a que Dios sea para siempre un “Dios oculto” del que no podamos conocer su mirada, su ternura y sus abrazos. Lo encontraremos encarnado para siempre gloriosamente en Jesús.
Creer en el Resucitado es confiar en que nuestros esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no se perderán en el vacío. Un día feliz, los últimos serán los primeros y las prostitutas nos precederán en el Reino.
Creer en el Resucitado es saber que todo lo que aquí ha quedado a medias, lo que no ha podido ser, lo que hemos estropeado con nuestra torpeza o nuestro pecado, todo alcanzará en Dios su plenitud. Nada se perderá de lo que hemos vivido con amor o a lo que hemos renunciado por amor.
Creer en el Resucitado es esperar que las horas alegres y las experiencias amargas, las “huellas” que hemos dejado en las personas y en las cosas, lo que hemos construido o hemos disfrutado generosamente, quedará transfigurado. Ya no conoceremos la amistad que termina, la fiesta que se acaba ni la despedida que entristece. Dios será todo en todos.
Creer en el Resucitado es creer que un día escucharemos estas increíbles palabras que el libro del Apocalipsis pone en boca de Dios: “Yo soy el origen y el final de todo. Al que tenga sed, yo le daré gratis del manantial del agua de la vida”. Ya no habrá muerte ni habrá llanto, no habrá gritos ni fatigas porque todo eso habrá pasado.
José Antonio Pagola

 
ORA EN TU INTERIOR
                Abre tus puertas a Jesús resucitado. Él quiere penetrar también en tu corazón. Ábrele tu corazón. Él quiere hablarte. Entonces tu corazón se irá encendiendo con su palabra. Él quiere partir el pan contigo. Entonces te llenarás de vida nueva. Él quiere exhalar sobre ti su Espíritu. Entonces te llenarás de fuerza santa y de alegría.
            ¿Sientes más paz y alegría? Entonces es que Cristo ha resucitado.
            ¿Sientes más fuerza espiritual? Entonces es que Cristo ha resucitado.
            ¿Sientes más paciencia y mansedumbre? Entonces es que Cristo ha resucitado.
            ¿Sientes más seguridad, más luz? Entonces es que Cristo ha resucitado.
            ¿Sientes más amor a los hermanos? Entonces es que Cristo ha resucitado.
ORACIÓN FINAL
                Te bendecimos, Padre, por la resurrección de Jesús, mientras peregrinamos como pueblo tuyo por el desierto, atisbando la aurora y saludando nuestra liberación. Es la nueva humanidad que nace en Cristo resucitado, el hombre nuevo, el viviente, el vencedor de la muerte.
            Según su mandato, queremos ser testigos del evangelio y demostrar con nuestra vida que el amor es posible.
            Vence con tu gracia nuestros miedos y cobardías. Haz que reconozcamos a Jesús, y quedaremos asombrados de lo que su espíritu puede realizar en y por nosotros. Amén.
 
 
Expliquemos el Evangelio a los niños
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