lunes, 24 de junio de 2013

30 DE JUNIO: XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 
“Las zorras tienen madrigueras y los pájaros, nido,

pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza”

30 DE JUNIO

XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©

1ª Lectura: Libro primero de los Reyes 19,16b.19-21

Salmo 15: “Tú, Señor, eres el lote de mi heredad”

2ª Lectura: Carta de San Pablo a los Gálatas 4,31b-5,1.13-18

PALABRA DEL DÍA

Lucas 9,51-62

“Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De camino entraron en una aldea de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: -Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos? El se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea. Mientras iban de camino, le dijo uno: -Te seguiré adonde vayas. Jesús le respondió: -Las zorras tienen madriguera y los pájaros, nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza. A otro le dijo: -Sígueme. El respondió: -Déjame primero ir a enterrar a m padre. Le contestó: -Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios. Otro le dijo: -Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia. Jesús le contestó: -El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios”.

Versión para Latinoamérica, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

Como ya se acercaba el tiempo en que sería llevado al cielo, Jesús emprendió resueltamente el camino a Jerusalén. Envió mensajeros delante de él, que fueron y entraron en un pueblo samaritano para prepararle alojamiento. Pero los samaritanos no lo quisieron recibir porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto sus discípulos Santiago y Juan, le dijeron: «Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que los consuma?»Pero Jesús se volvió y los reprendió. Y continuaron el camino hacia otra aldea. Mientras iban de camino, alguien le dijo: «Maestro, te seguiré adondequiera que vayas.»Jesús le contestó: «Los zorros tienen cuevas y las aves tienen nidos, pero el Hijo del Hombre ni siquiera tiene donde recostar la cabeza.»Jesús dijo a otro: «Sígueme». El contestó: «Señor, deja que me vaya y pueda primero enterrar a mi padre.»Jesús le dijo: «Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú ve a anunciar el Reino de Dios.»Otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero antes déjame despedirme de mi familia.»Jesús le contestó: «El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios.»             

REFLEXIÓN

            El centro del evangelio de hoy está en las tres perícopas finales, que giran en realidad sobre un mismo eje y una misma idea central.

            Lucas nos trae tres casos de posibles candidatos al discipulado, candidatos que fueron tratados con cierta dureza por Jesús, pero que, dentro de su contexto literario, representan posturas no suficientemente purificadas en aquellos que quieren seguir a Jesucristo.

            El primer caso. Entusiasmado por la fama de Jesús, “uno” se decide a seguir a Jesús a cualquier parte. Jesús, en una respuesta un tanto ambigua acerca de la intención que animaba a ese hombre, le respondió tajantemente. “Nada tengo para ofrecerte”, pareció decirle “al menos, nada que a ti te interese”. “En todo caso, solamente puedes compartir mi pobreza, ya que si tengo una casa para alojarte”.

            En la respuesta de Jesús, está, una vez más, juna invitación a interiorizar nuestra fe, a buscar los motivos sociológicos o políticos que impide descubrir la desnudez de la cruz.

            El segundo caso. El segundo candidato fue llamado por Jesús con el característico “Sígueme”. El hombre acepta pero pone una condición sumamente razonable y lógica: que antes pueda enterrar a su padre recientemente fallecido. Pero Jesús se muestra intransigente y responde con una frase desconcertante: que los muertos se encarguen del muerto. En cambio, “tú, vete a anunciar el Reino de Dios”.

            Seguir a Jesús no solamente cuesta; también cuesta entenderlo…

            En este caso Jesús apela a la paradoja, expresión literaria desusada en occidente pero muy del gusto de la filosofía y literatura oriental.

            ¿Qué fue lo que fastidió a Jesús? Que mientras le hablaba a aquel hombre de seguirlo a él, la Vida nueva, se encuentra con que quiere enterrar a un muerto.

            Aquí puede estar la clave del pensamiento de Jesús: detrás de ese “enterrar al padre muerto”, Jesús parece descubrir el espíritu de ese posible candidato al discipulado: su apego al pasado, a un pasado que está definitivamente muerto porque ha llegado el Reino de Dios, reino de vida y de cambio.

            “Que los muertos entierren a sus muertos” puede significar: que el pasado se ocupe del pasado, pues no se puede colocar vino nuevo en odres viejos ni un remiendo nuevo en un vestido gastado.

            Ser cristiano es cortar con lo viejo. No se puede perder el tiempo en enterrar a tantos muertos que nos ligan con el pasado; muertos que están dentro de uno mismo y que nos aprisionan sutilmente.

            El tercer caso. Tampoco el tercer candidato recibió la llamada de Jesús, pero tiene pensado seguirlo siempre que pueda antes despedirse de los suyos. Jesús no acepta dicha condición, pues es incompatible con la entrada al Reino de Dios.

            Se trata de un caso similar al anterior: a aquel hombre le faltaba decisión para romper con su pasado, sobre todo con su pasado afectivo. Jesús no se opone al cuarto mandamiento, que exige honrar a los padres, pero nos hace descubrir que toda la antigua ley debe ser reinterpretada desde Jesús mismo. De aquí en adelante toda la ley antigua caduca y, para el discípulo, Jesús es la única ley, como también es el centro de la nueva familia del creyente.

            Jesús no anula lo que tiene de valedero nuestro pasado, pero nos exige que aprendamos a mirar la vida desde un criterio absoluto.

            La fe cristiana cambia radicalmente la vida del hombre. Es un punto de vista totalmente nuevo y original a la luz del cual debemos replantear toda nuestra existencia, aun en aquellos elementos que nos sean más queridos e íntimos.

            Sólo así la fe, es cambio de vida y, en consecuencia, entrada al Reino de Dios, cuyos criterios el hombre acepta para interpretar la vida y para encontrarle sentido.
 
ENTRA EN TU INTERIOR

El seguimiento de Jesús exige  decisión, mirada clara y hacia adelante y estar en camino.

Seguir a Jesús es el corazón de la vida cristiana. Lo esencial. Nada hay más importante o decisivo. Precisamente por eso, Lucas describe tres pequeñas escenas para que las comunidades que lean su evangelio, tomen conciencia de que, a los ojos de Jesús, nada puede haber más urgente e inaplazable.

Jesús emplea imágenes duras y escandalosas. Se ve que quiere sacudir las conciencias. No busca más seguidores, sino seguidores más comprometidos, que le sigan sin reservas, renunciando a falsas seguridades y asumiendo las rupturas necesarias. Sus palabras plantean en el fondo una sola cuestión: ¿qué relación queremos establecer con él quienes nos decimos seguidores suyos?

Primera escena. Uno de los que le acompañan se siente tan atraído por Jesús que, antes de que lo llame, él mismo toma la iniciativa: “Te seguiré adonde vayas”. Jesús le hace tomar conciencia de lo que está diciendo: “Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros nido”, pero él “no tiene dónde reclinar su cabeza”.

Seguir a Jesús es toda una aventura. Él no ofrece a los suyos seguridad o bienestar. No ayuda a ganar dinero o adquirir poder. Seguir a Jesús es “vivir de camino”, sin instalarnos en el bienestar y sin buscar un falso refugio en la religión. Una Iglesia menos poderosa y más vulnerable no es una desgracia. Es lo mejor que nos puede suceder para purificar nuestra fe y confiar más en Jesús.

Segunda escena. Otro está dispuesto a seguirle, pero le pide cumplir primero con la obligación sagrada de “enterrar a su padre”. A ningún judío puede extrañar, pues se trata de una de las obligaciones religiosas más importantes. La respuesta de Jesús es desconcertante: “Deja que los muertos entierren a sus muertos: tú vete a anunciar el reino de Dios”.

Abrir caminos al reino de Dios trabajando por una vida más humana es siempre la tarea más urgente. Nada ha de retrasar nuestra decisión. Nadie nos ha de retener o frenar. Los “muertos”, que no viven al servicio del reino de la vida, ya se dedicarán a otras obligaciones religiosas menos apremiantes que el reino de Dios y su justicia.

Tercera escena. A un tercero que quiere despedir a su familia antes de seguirlo, Jesús le dice: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios”. No es posible seguir a Jesús mirando hacia atrás. No es posible abrir caminos al reino de Dios quedándonos en el pasado. Trabajar en el proyecto del Padre pide dedicación total, confianza en el futuro de Dios y audacia para caminar tras los pasos de Jesús.

José Antonio Pagola
 

ORA EN TU INTERIOR

            “Sígueme”, nos dice Jesús. Sin condiciones, sin trampas, sin mentiras.

            Al comulgar, nos encontramos con ese Jesús que hoy nos ha trazado un camino claro y decidido. Comulgar es aceptar al Cristo de la fe, rubricando nuestro compromiso bautismal.

            “Vete a anunciar el Reino de Dios”… Esta es la orden de Jesús. No perdamos el tiempo en largas despedidas con un pasado que está muerto ni en cuestiones que no interesan al hombre de hoy. El tiempo urge y el evangelio debe ser anunciado con hechos claros y concretos.

ORACIÓN

            Purifica, señor, nuestra fe para que, abandonando toda forma de egoísmo, vivamos en la libertad y en el amor en constante servicio del Reino de Dios.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes proporcionadas por Catholic.net





 

lunes, 17 de junio de 2013

23 DE JUNIO: XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (C)


 
“El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo…”

23 DE JUNIO

XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©

1ª Lectura: Zacarías 12,10-11

Salmo 3: “Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”

2ª Lectura: Gálatas 3,26-29

PALABRA DEL DÍA

Lucas 9,18-24

“Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: -¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos contestaron: -Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas. Él les preguntó: -Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro tomó la palabra y le dijo: -El Mesías de Dios. Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: -El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día. Y, dirigiéndose a todos, dijo: -El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí causa, la salvará”.

Versión para Latinoamérica extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Un día Jesús se había apartado un poco para orar, pero sus discípulos estaban con él. Entonces les preguntó: «Según el parecer de la gente, ¿quién soy yo?»Ellos contestaron: «Unos dicen que eres Juan Bautista, otros que Elías, y otros que eres alguno de los profetas antiguos que ha resucitado.»Entonces les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Pedro respondió: «Tú eres el Cristo de Dios.»Jesús les hizo esta advertencia: «No se lo digan a nadie». Y les decía: «El Hijo del Hombre tiene que sufrir mucho y ser rechazado por las autoridades judías, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la Ley. Lo condenarán a muerte, pero tres días después resucitará.»También Jesús decía a toda la gente: «Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y que me siga.  Les digo: el que quiera salvarse a sí mismo, se perderá; y el que pierda su vida por causa mía, se salvará”.        

REFLEXIÓN

            Las reflexiones de los domingos anteriores nos han preparado para acercarnos a la página evangélica de hoy, una de las más importantes de todo el Nuevo Testamento y verdadero eje central de los evangelios sinópticos.

            Jesús se ha ido revelando a través de signos que ponían de manifiesto la presencia del Reino de Dios en el mundo. Hoy el velo revelador se despliega casi totalmente ante la pregunta directa que hace el mismo Jesús: Qué pensáis de mí. Pregunta que lleva como contrapartida la pregunta indirecta: Cómo deben ser mis discípulos…

            Una mejor comprensión del evangelio de hoy nos obliga a tener en cuenta la versión que del mismo hecho hace Marcos (8,27-35), versión que parece haber sido suavizada por Lucas, según su costumbre.

            Mientras Jesús se diría hacia la ciudad de Cesarea de Filipo, ciudad construida en el nacimiento del Jordán como homenaje del rey Filipo al césar, Jesús, creyó oportuno hacerles a los discípulos la gran pregunta: Qué pensaban de él.

            La proximidad de la ciudad levantada en homenaje al dominador extranjero del pueblo judío, con sus templos paganos y su estilo de vida tan opuesto al ideal judío, parecía casi insinuar la pregunta y poner sobre el tapete la cuestión del Mesías.

            ¿Hasta cuándo el pueblo de Dios continuaría dominado bajo el yugo romano? ¿Es que Dios se había olvidado de los suyos? ¿No había venido ya Juan, cual nuevo Elías, preparando el camino del Enviado de Dios? ¿No tenía Jesús todas las apariencias y toda la popularidad necesaria como para iniciar la guerra santa y poner en marcha los tiempos mesiánicos?

            Pero la pregunta que Jesús hace a sus discípulos es, de alguna manera, la pregunta que siempre hizo la Iglesia mirando a su alrededor: ¿Qué se piensa en el mundo sobre Cristo? ¿Cómo lo ven los demás pueblos? ¿Qué se opina de él en un país cristiano por tradición?

            Una vez que le dice a Jesús lo que la gente pensaba de él, viene la pregunta directa y la que a Jesús le interesa realmente: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”.

            Es la gran pregunta que tarde o temprano ha de escuchar la misma Iglesia y cada cristiano. Porque puede suceder que sigamos a Jesús sin saber a quién seguimos, o que llevemos su nombre sin saber qué significa ese nombre y ese hombre.

            En efecto, con sinceridad, ¿quién es Jesús para nosotros? ¿Qué esperamos de él? ¿Qué nos impulsa a escuchar su palabra, bautizar a nuestros hijos o celebrar fiestas en su honor?

            Y se levanta Pedro, la expresión de una fe aún incipiente e inmadura, quien responde más con el corazón que con los labios: Tú eres “el Mesías de Dios”.

            El Mesías que responde al designio de Dios está señalado por dos características: el dolor y el rechazo. No sólo sufrirá mucho, sino que sentirá en carne propia el rechazo de los suyos y la oposición de esa misma gente que se dice religiosa y que ocupa altos cargos en la nación.
 

ENTRA EN TU INTERIOR

¿CREEMOS EN JESÚS?

Las primeras generaciones cristianas conservaron el recuerdo de este episodio evangélico como un relato de importancia vital para los seguidores de Jesús. Su intuición era certera. Sabían que la Iglesia de Jesús debería escuchar una y otra vez la pregunta que un día hizo Jesús a sus discípulos en las cercanías de Cesarea de Filipo: «Vosotros, quién decís que soy yo?»

Si en las comunidades cristianas dejamos apagar nuestra fe en Jesús, perderemos nuestra identidad. No acertaremos a vivir con audacia creadora la misión que Jesús nos confió; no nos atreveremos a enfrentarnos al momento actual, abiertos a la novedad de su Espíritu; nos asfixiaremos en nuestra mediocridad.

No son tiempos fáciles los nuestros. Si no volvemos a Jesús con más verdad y fidelidad, la desorientación nos irá paralizando; nuestras grandes palabras seguirán perdiendo credibilidad. Jesús es la clave, el fundamento y la fuente de todo lo que somos, decimos y hacemos. ¿Quién es hoy Jesús para los cristianos?

Nosotros confesamos, como Pedro, que Jesús es el "Mesías de Dios", el Enviado del Padre. Es cierto: Dios ha amado tanto al mundo que nos ha regalado a Jesús. ¿Sabemos los cristianos acoger, cuidar, disfrutar y celebrar este gran regalo de Dios? ¿Es Jesús el centro de nuestras celebraciones, encuentros y reuniones?

Lo confesamos también "Hijo de Dios". Él nos puede enseñar a conocer mejor a Dios, a confiar más en su bondad de Padre, a escuchar con más fe su llamada a construir un mundo más fraterno y justo para todos. ¿Estamos descubriendo en nuestras comunidades el verdadero rostro de Dios encarnado en Jesús? ¿Sabemos anunciarlo y comunicarlo como una gran noticia para todos?

Llamamos a Jesús "Salvador" porque tiene fuerza para humanizar nuestras vidas, liberar nuestras personas y encaminar la historia humana hacia su verdadera y definitiva salvación. ¿Es ésta la esperanza que se respira entre nosotros? ¿Es ésta la paz que se contagia desde nuestras comunidades?

Confesamos a Jesús como nuestro único "Señor". No queremos tener otros señores ni someternos a ídolos falsos. Pero, ¿ocupa Jesús realmente el centro de nuestras vidas? ¿le damos primacía absoluta en nuestras comunidades? ¿lo ponemos por encima de todo y de todos? ¿Somos de Jesús? ¿Es él quien nos anima y hace vivir?

La gran tarea de los cristianos es hoy aunar fuerzas y abrir caminos para reafirmar mucho más la centralidad de Jesús en su Iglesia. Todo lo demás viene después.

José Antonio Pagola

 
ORA EN TU INTERIOR

No hay nada más humillante que nos carguen con una cruz. Por eso Jesús dice: Que no te la carguen, tómala tú mismo. La cruz es un modo de afrontar la vida, y ese modo debe ser aceptado desde el corazón. Tomar la cruz es preguntarse cada día: ¿en qué puedo servir a mi hermano? ¿Cómo puedo engendrar vida en quien la necesita?

Hay quienes se aferran de tal modo a sí mismos, que salvar su vida es lo único que les importa. Todo es pensado y vivido en función de su egoísmo. Para Cristo, ese hombre está perdido, es un pobre hombre.

Esta es la cruz del cristiano: la que él mismo elige como forma de vida. El debe buscarla y asumirla. Si se la imponen es un esclavo cristiano…, esclavo, al fin. Si no la toma, es esclavo de sí mismo.

Si la toma, morirá en ella. Morirá como hombre libre. Por eso vivirá. Esta es la gran paradoja.

ORACIÓN

            Señor, nosotros sabemos que tú eres el Cristo sufriente que da la vida por la salvación de los hombres, y queremos ser los testigos de tu amor en esta sociedad en la que estamos encarnados.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes proporcionadas por Catholic. net

 
 

martes, 11 de junio de 2013

XI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (C)



“Simón tengo algo que decirte”.

16 DE JUNIO

XI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©

1ª Lectura: Libro segundo de Samuel m12,7-10.13

Salmo 31: “Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado”.

2ªLectura: Gálatas 2,16.19-21

PALABRA DEL DÍA

Lucas 7,36-8,3

“En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume, y, colocándose detrás, junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos. Los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado, se dijo: -Si éste, fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora. Jesús tomó la palabra y le dijo: -Simón, tengo algo que decirte. El respondió: -Dímelo, maestro. Jesús le dijo: -Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta, como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más? Simón contestó: -Supongo que aquel a quien le perdonó más. Jesús le dijo: -Has juzgado rectamente. Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: -¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo, sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor: pero al que poco se le perdona, poco ama. Y a ella le dijo: -Tus pecados están perdonados. Los demás convidados empezaron a decir entre sí: -¿Quién es éste, que hasta perdona pecados? Pero Jesús dijo a la mujer: -Tu fe te ha salvado, vete en paz. Más tarde iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo predicando la Buena Noticia del Reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes”.


Versión para Latinoamérica extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

Un fariseo invitó a Jesús a comer. Entró en casa del fariseo y se reclinó en el sofá para comer. En aquel pueblo había una mujer conocida como una pecadora; al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, tomó un frasco de perfume, se colocó detrás de él, a sus pies, y se puso a llorar. Sus lágrimas empezaron a regar los pies de Jesús y ella trató de secarlos con su cabello. Luego le besaba los pies y derramaba sobre ellos el perfume. Al ver esto el fariseo que lo había invitado, se dijo interiormente: «Si este hombre fuera profeta, sabría que la mujer que lo está tocando es una pecadora, conocería a la mujer y lo que vale.»Pero Jesús, tomando la palabra, le dijo: «Simón, tengo algo que decirte.» Simón contestó: «Habla, Maestro.» Y Jesús le dijo:«Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientas monedas y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a ambos. ¿Cuál de los dos lo querrá más?»Simón le contestó: «Pienso que aquel a quien le perdonó más.» Y Jesús le dijo: «Has juzgado bien.»Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. Tú no me has recibido con un beso, pero ella, desde que entró, no ha dejado de cubrirme los pies de besos. Tú no me ungiste la cabeza con aceite; ella, en cambio, ha derramado perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le quedan perdonados, por el mucho amor que ha manifestado. En cambio aquel al que se le perdona poco, demuestra poco amor.»Jesús dijo después a la mujer: «Tus pecados te quedan perdonados». Y los que estaban con él a la mesa empezaron a pensar: «¿Así que ahora pretende perdonar pecados?»Pero de nuevo Jesús se dirigió a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz.»Jesús iba recorriendo ciudades y aldeas predicando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres a las que había curado de espíritus malos o de enfermedades: María, por sobrenombre Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de un administrador de Herodes, llamado Cuza; Susana, y varias otras que los atendían con sus propios recursos.

REFLEXIÓN

            El relato evangélico de este domingo, más allá de la minuciosa e irónica narración de Lucas, subraya la única y auténtica postura del hombre creyente. Pablo habla de la fe que salva; Lucas habla de la fe y del amor (porque ama mucho se le perdona mucho), como poniéndonos en guardia contra cierta comprensión racional de la fe, que si es tal, no sólo es fruto del amor, sino que supone la erradicación del egoísmo para la instauración de un amor total a Dios y a los hermanos.

            La complementación de la fe y del amor (“Tu fe te ha salvado… porque has amado mucho”) es algo más que una discusión teológica; es la denuncia de una postura religiosa que en nombre de Dios y de la religión odia y condena al prójimo, con lo cual la religión se transforma automáticamente en un factor de división social e instrumento de poder para los farisaicamente autotitulados hombres religiosos. Si los cristianos de todos los siglos hubiéramos abrazado en un solo gesto la fe y el amor (y no puede haber amor a Dios sin amor concreto al prójimo…, y prójimo no es solamente el “hermano” sino principalmente el extraño…), decimos que si esta unión se hubiera mantenido, nos hubiéramos ahorrado muchos odios, muchas divisiones y muchas guerras sostenidos y justificados en nombre de Dios y de su santa verdad.

 
ENTRA EN TU INTERIOR

Sed compasivos… 

      Jesús insistirá: hay que aprender a mirar de otra manera a esas gentes extraviadas que casi todos desprecian. Una pequeña parábola pronunciada por Jesús en casa de un fariseo expresa bien su manera de pensar. Jesús ha sido invitado a un banquete de carácter festivo.

     Los comensales toman parte en la comida, recostados cómodamente sobre una mesa baja. Son bastantes, todos varones, y, al parecer, no caben en el interior de la vivienda. El banquete tiene lugar delante de la casa, de manera que los curiosos pueden acercarse, como era habitual, a observar a los comensales y escuchar su conversación.  De pronto se hace presente una prostituta de la localidad. Simón la reconoce inmediatamente y se siente molesto: esa mujer puede contaminar la pureza de los comensales y estropear el banquete. La prostituta se dirige directamente a Jesús, se echa a sus pies y rompe a llorar. No dice nada. Está conmovida. No sabe cómo expresar su alegría y agradecimiento. Sus lágrimas riegan los pies de Jesús. Prescindiendo de todos los presentes, se suelta su cabellera y se los seca.

     Es un deshonor para una mujer soltarse el cabello delante de varones, pero ella no repara en nada: está acostumbrada a ser despreciada. Besa una y otra vez los pies de Jesús y, abriendo el pequeño frasco que lleva colgando de su cuello, se los unge con un perfume precioso.  Al intuir el recelo de Simón ante los gestos de la prostituta y su malestar por su acogida serena, Jesús le interpela con una pequeña parábola:  Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta.  Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?  El ejemplo de Jesús es sencillo y claro.

     No sabemos por qué un acreedor perdona la deuda a sus dos deudores. Sin duda es un hombre generoso que comprende los apuros de quienes no pueden pagar lo que deben. La deuda de uno es grande: quinientos denarios, el sueldo de casi dos años de trabajo en el campo, una cantidad casi imposible de pagar para un campesino. La del segundo solo asciende a cincuenta denarios, una suma más fácil de conseguir, el sueldo de siete semanas. ¿Cuál de los dos le estará más agradecido? La respuesta de Simón es lógica: «Supongo que aquel a quien perdonó más». Los oyentes piensan igual. 

      Así está sucediendo con la llegada de Dios. Su perdón despierta la alegría y el agradecimiento en los pecadores, pues se sienten aceptados por Dios no por sus méritos, sino por la gran bondad del Padre del cielo. Los «perfectos» reaccionan de manera diferente: no se sienten pecadores ni tampoco perdonados. No necesitan de la misericordia de Dios. El mensaje de Jesús los deja indiferentes. Esta prostituta, por el contrario, conmovida por el perdón de Dios y las nuevas posibilidades que se abren a su vida, no sabe cómo expresar su alegría y agradecimiento.

     El fariseo Simón ve en ella los gestos ambiguos de una mujer de su oficio, que solo sabe soltarse el cabello, besar, acariciar y seducir con sus perfumes. Jesús, por el contrario, ve en el comportamiento de aquella mujer impura y pecadora el signo palpable del perdón inmenso de Dios: «Mucho se le debe de haber perdonado, porque es mucho el amor y la gratitud que está mostrando».  ¿No tendrá razón Jesús? ¿No será el Dios de la misericordia la mejor noticia que podemos escuchar todos? Ser misericordiosos como el Padre del cielo, ¿no será esto lo único que nos puede liberar de la impiedad y la crueldad?   Pero, si todos los hombres y mujeres viven del perdón y la misericordia de Dios, ¿no habrá que introducir un nuevo orden de cosas donde la compasión no sea ya una excepción o un gesto admirable sino una exigencia normal?  ¿No será esta la forma práctica de acoger y extender su reinado en medio de sus hijos e hijas? 

José Antonio Pagola 

 


ORA EN TU INTERIOR

            Toda la liturgia de este domingo ha ido en una misma dirección: Dios nos ama, no porque seamos justos y santos, sino precisamente porque somos pecadores y nos reconocemos pecadores.

            El perdón de nuestros pecados y nuestra regeneración interior es el signo de que el Reino de dios ha plantado su tienda en medio de nosotros.

            La Palabra de Dios hoy es sumamente rica en consideraciones tendentes a cambiar radicalmente un viejo concepto religioso; viejo porque quedó caduco con Jesucristo, pero nuevo porque siempre tiende a reaparecer en cada comunidad y en cada creyente.

            Por eso, hagamos oración esta Palabra de Dios, para ello acógela con el corazón abierto.

Expliquemos el Evangelio a los Niños

Imágenes proporcionadas por Catholic.net

 
 
 
 




miércoles, 5 de junio de 2013

DOMINGO X DEL TIEMPO ORDINARIO



“Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”.

9 DE JUNIO

DOMINGO X DEL TIEMPO ORDINARIO

1ª Lectura: Reyes 17,17-24

Salmo 29: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado”.

2ª Lectura: Gálatas 1,11-19

PALABRA DEL DÍA

Lucas 7,11-17

“En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío.

Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.

Al verla el señor, le dio lástima y le dijo:

-No llores.

Se acercó a ataúd, lo toco (los que lo llevaban se pararon) y dijo:

-¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!

El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.

Todos, sobrecogidos, daban gloria a dios, diciendo:

-Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.

La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera”.

Versión para Latinoamérica extraída de la biblia del Pueblo de Dios

“Jesús se dirigió poco después a un pueblo llamado Naín, y con él iban sus discípulos y un buen número de personas.

Cuando llegó a la puerta del pueblo, sacaban a enterrar a un muerto: era el hijo único de su madre, que era viuda, y mucha gente del pueblo la acompañaba.

Al verla, el Señor se compadeció de ella y le dijo: «No llores.»

Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron. Dijo Jesús entonces: «Joven, yo te lo mando, levántate.»

Se incorporó el muerto inmediatamente y se puso a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre.

Un santo temor se apoderó de todos y alababan a Dios, diciendo: «Es un gran profeta el que nos ha llegado. Dios ha visitado a su pueblo.»

Lo mismo se rumoreaba de él en todo el país judío y en sus alrededores”.

REFLEXIÓN

            El hecho de que la liturgia recoja en el mismo día 1 Re 17 y Lc 7 con la narración de la vuelta a la vida de dos muchachos permite comprender que Lucas se ha inspirado en los relatos de Elías y Eliseo a la hora de ofrecernos el relato de hoy.

            Las narraciones son semejantes, pero interesa captar los matices de avance que recoge el evangelio. Elías ora por la salud del muchacho difunto porque él no es Dios. Jesús y la autoridad con que se dirige al muchacho difunto revela que no es un rabino más ni cualquiera. Es el Mesías, el Hijo de Dios y el Señor de la vida y de la muerte. Así lo percibe la gente  cuando ven al muchacho vivo: “Un gran Profeta ha surgido entre nosotros, Dios ha visitado a su pueblo”.

            Compartir la vida con los desfavorecidos exige conversión personal, pobreza voluntaria y abandonar el mesianismo fácil. Los pobres, vistos en el roce de cada día, son egoístas, como cada uno de nosotros. El creyente discípulo de Cristo Jesús debe saber que la lógica del reino no responde ni a la revolución política de los estrategas, ni a las expectativas de los pobres. Los criterios son los de Jesús; las soluciones prácticas dependen de la cabeza de ese creyente.



ENTRA EN TU INTERIOR

El sufrimiento ha de ser tomado en serio.

Jesús llega a Naín cuando en la pequeña aldea se está viviendo un hecho muy triste. Jesús viene del camino, acompañado de sus discípulos y de un gran gentío. De la aldea sale un cortejo fúnebre camino del cementerio. Una madre viuda, acompañada por sus vecinos, lleva a enterrar a su único hijo. En pocas palabras, Lucas nos ha descrito la trágica situación de la mujer. Es una viuda, sin esposo que la cuide y proteja en aquella sociedad controlada por los varones. Le quedaba solo un hijo, pero también éste acaba de morir. La mujer no dice nada. Solo llora su dolor. ¿Qué será de ella?

El encuentro ha sido inesperado. Jesús venía a anunciar también en Naín la Buena Noticia de Dios. ¿Cuál será su reacción? Según el relato, “el Señor la miró, se conmovió y le dijo: No llores”. Es difícil describir mejor al Profeta de la compasión de Dios.

No conoce a la mujer, pero la mira detenidamente. Capta su dolor y soledad, y se conmueve hasta las entrañas. El abatimiento de aquella mujer le llega hasta dentro. Su reacción es inmediata: “No llores”. Jesús no puede ver a nadie llorando. Necesita intervenir.
 
No lo piensa dos veces. Se acerca al féretro, detiene el entierro y dice al muerto: “Muchacho, a ti te lo digo, levántate”. Cuando el joven se reincorpora y comienza a hablar, Jesús “lo entrega a su madre” para que deje de llorar. De nuevo están juntos. La madre ya no estará sola.

Todo parece sencillo. El relato no insiste en el aspecto prodigioso de lo que acaba de hacer Jesús. Invita a sus lectores a que vean en él la revelación de Dios como Misterio de compasión y Fuerza de vida, capaz de salvar incluso de la muerte. Es la compasión de Dios la que hace a Jesús tan sensible al sufrimiento de la gente.

En la Iglesia hemos de recuperar cuanto antes la compasión como el estilo de vida propio de los seguidores de Jesús. La hemos de rescatar de una concepción sentimental y moralizante que la ha desprestigiado. La compasión que exige justicia es el gran mandato de Jesús: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”.

Esta compasión es hoy más necesaria que nunca. Desde los centros de poder, todo se tiene en cuenta antes que el sufrimiento de las víctimas. Se funciona como si no hubiera dolientes ni perdedores. Desde las comunidades de Jesús se tiene que escuchar un grito de indignación absoluta: el sufrimiento de los inocentes ha de ser tomado en serio; no puede ser aceptado socialmente como algo normal pues es inaceptable para Dios. Él no quiere ver a nadie llorando
José Antonio Pagola

 

ORA EN TU INTERIOR

            En medio de nuestras miserias descubrimos que Dios estuvo y está siempre con nosotros. Por eso los “enviudados”, de vidas derrumbadas, son los predilectos de Dios, los que mejor saben descubrirle y amarle.

            Es precisamente de entre las ruinas de necesidades vanas y deseos frágiles desde donde  descubrimos a Dios, como por sorpresa. Él nos dice que no lloremos, toca nuestras miserias esparcidas por el suelo y hace nacer nueva vida en nosotros, de nuestros escombros.

ORACIÓN


            Padre de misericordia, que la fuerza curativa de tu Espíritu en este sacramento cure nuestras maldades y nos conduzca por el camino del bien. Por Jesucristo, nuestro señor.
Expliquemos el Evangelio a los niños
Imágenes proporcionadas por Catholic.net