miércoles, 31 de julio de 2013

4 DE AGOSTO:. XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (C)




“Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque

uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”

4 DE AGOSTO

XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©

1ª Lectura: Eclesiastés 1,2; 2,21-23

Salmo 89: Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.

2ª Lectura: Colosenses 3,1-5.9-11

PALABRA DEL DÍA

Lucas 12,13-21

“En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: -Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia, El le contestó: -Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros? Y dijo a la gente: -Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes. Y les propuso una parábola: -Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos. ¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha. Y se dijo: Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: “Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe, y date buena vida:” Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quién será?” Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.”

Versión para Latinoamérica extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Uno de la multitud le dijo: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia".

Jesús le respondió: "Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?".

Después les dijo: "Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas".

Les dijo entonces una parábola: "Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho,

y se preguntaba a sí mismo: '¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha'.

Después pensó: 'Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes,

y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida'.

Pero Dios le dijo: 'Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?'.

Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios".

REFLEXIÓN

            El evangelio nos trae un caso real y una parábola que generaliza el caso.

            Ante el requerimiento de alguien que le pedía a Jesús que lo ayudara con su prestigio para la solución del litigio que mantenía con su hermano por la herencia, Jesús se negó rotundamente, ya que –según explicó- no había sido enviado para ser árbitro o juez de conflictos económicos, jurídicos o sociales.

            Sin forzar el significado de este hecho, resulta evidente, a la luz de cuanto ya hemos reflexionado sobre la misión de Jesús y de sus discípulos, que es solamente el interés del Reino de Dios lo que mueve a Jesús y lo que debe mover a la Iglesia, que debe dejar a la propia gente interesada la solución concreta de sus problemas y conflictos. Jesús renuncia a cualquier forma de paternalismo y demagogia.

            Esta negativa de Jesús no debe entenderse en el sentido de que estas cuestiones no tengan ninguna relación con el Reino de Dios, dicho de otra manera: la predicación de Jesús constituye un fundamento para la ética social, pero no es un código para resolver cualquier problema particular.

            La parábola de Jesús que explica por qué hay que cuidarse de la codicia, nos da el criterio del reino de Dios frente a la posible adquisición de bienes, vengan éstos  por herencia o por trabajo personal.

            Jesús desarrolla y perfecciona el criterio del Eclesiastés –libro escrito unos doscientos años antes de Jesús- con su característico pesimismo sobre la vida. Hoy no podemos pensar sin más que el trabajo no tiene sentido, ni siquiera que la adquisición de bienes o dinero no lo tenga. La reflexión sobre los valores humanos, sobre el cuerpo y sobre las realidades físicas relacionadas con el hombre, ha avanzado lo suficiente como para que, por no caer en un crudo materialismo, no nos vayamos al extremo opuesto de un angelical misticismo.

            Por eso Jesús contrapone dos tipos de riqueza: La riqueza que se transforma en objetivo final del hombre, alienándolo y embruteciéndolo, y la riqueza del hombre en sí mismo que emplea todo cuanto tiene y es al servicio de la riqueza del espíritu. Por este motivo se habla de la “codicia” que es la alienación total de la actividad humana.
 
            Los cristianos afirmamos genéricamente que Jesucristo da sentido a nuestra vida, o, como decía Pablo: “Para mí, la vida es Cristo, Sin embargo, no basta esta genérica expresión para que las cosas cambien mucho. Se necesita la reflexión de cada uno para preguntarse si se refiere al Cristo del Evangelio, por un lado, y para ver qué implica vivir hoy y aquí conforme a Cristo, imagen del Padre y prototipo del hombre nuevo, por otro. Siguiendo con el caso de hoy, podríamos preguntarnos qué debiera hacerse para que tanto los bienes materiales, como los culturales, artísticos, científicos, etc., constituyan un bien de cada hombre, como una forma práctica y concreta de vivir aquello de “amar al prójimo como a uno mismo”.

            En fin, que si sacáramos todas las consecuencias de estas breves reflexiones evangélicas, tendríamos motivo suficiente para afirmar nuestra confianza en la proyección humana del evangelio y para iniciar ese cambio que nuestra sociedad tanto requiere.

ENTRA EN TU INTERIOR

Contra la insensatez

Cada vez sabemos más de la situación social y económica que Jesús conoció en la Galilea de los años treinta. Mientras en las ciudades de Séforis y Tiberíades crecía la riqueza, en las aldeas aumentaba el hambre y la miseria. Los campesinos se quedaban sin tierras y los terratenientes construían silos y graneros cada vez más grandes.

En un pequeño relato, conservado por Lucas, Jesús revela qué piensa de aquella situación tan contraria al proyecto querido por Dios, de un mundo más humano para todos. No narra esta parábola para denunciar los abusos y atropellos que cometen los terratenientes, sino para desenmascarar la insensatez en que viven instalados.

Un rico terrateniente se ve sorprendido por una gran cosecha. No sabe cómo gestionar tanta abundancia. “¿Qué haré?”. Su monólogo nos descubre la lógica insensata de los poderosos que solo viven para acaparar riqueza y bienestar, excluyendo de su horizonte a los necesitados.

El rico de la parábola planifica su vida y toma decisiones. Destruirá los viejos graneros y construirá otros más grandes. Almacenará allí toda su cosecha. Puede acumular bienes para muchos años. En adelante, solo vivirá para disfrutar:”túmbate, come, bebe y date buena vida”. De forma inesperada, Dios interrumpe sus proyectos: “Imbécil, esta misma noche, te van a exigir tu vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?”.

Este hombre reduce su existencia a disfrutar de la abundancia de sus bienes. En el centro de su vida está solo él y su bienestar. Dios está ausente. Los jornaleros que trabajan sus tierras no existen. Las familias de las aldeas que luchan contra el hambre no cuentan. El juicio de Dios es rotundo: esta vida solo es necedad e insensatez.

En estos momentos, prácticamente en todo el mundo está aumentando de manera alarmante la desigualdad. Este es el hecho más sombrío e inhumano: ”los ricos, sobre todo los más ricos, se van haciendo mucho más ricos, mientras los pobres, sobre todo los más pobres, se van haciendo mucho más pobres” (Zygmunt Bauman).

Este hecho no es algo normal. Es, sencillamente, la última consecuencia de la insensatez más grave que estamos cometiendo los humanos: sustituir la cooperación amistosa, la solidaridad y la búsqueda del bien común de la Humanidad por la competición, la rivalidad y el acaparamiento de bienes en manos de los más poderosos del Planeta.

Desde la Iglesia de Jesús, presente en toda la Tierra, se debería escuchar el clamor de sus seguidores contra tanta insensatez, y la reacción contra el modelo que guía hoy la historia humana.

José Antonio Pagola
 
 

ORA EN TU INTERIOR

            Hermanos: “Despojados de la vieja condición humana, con sus obras, y revestidos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo.”

            El apóstol Pablo nos invita hoy a centrarnos en la consideración de lo que es esencial en nuestra vida, para que todo lo que hagamos esté regido por el testimonio y las palabras de Jesucristo que “es la síntesis de todo y está en todos.”

            Sólo así podremos vigilar el don maravilloso de la nueva vida a la que hemos sido iniciados por la fe.

ORACIÓN FINAL

            Señor, que nos has resucitado con Cristo, haz que, buscando los bienes de arriba, donde está Cristo sentado a tu derecha, aspiremos a los bienes que nos enriquecen interiormente y que crean en el mundo un orden de paz y de justicia.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes proporcionadas por Catholic.net
 
 
 
 
 
 
 

miércoles, 24 de julio de 2013

28 DE JULIO: XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (C)




“Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu nombre…”

28 DE JULIO

DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO ©

1ª Lectura: Génesis 18,20-32

Salmo 137: Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste.

2ª Lectura: Colosenses 2,12-14

PALABRA DEL DÍA

Lucas 11,1-13

“Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: -Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos: El les dijo: -Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación.” Y les dijo –Si alguno de vosotros tiene un amigo y viene durante la medianoche para decirle: “amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle.” Y, desde dentro, el otro le responde: “No me molestes: la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados: no puedo levantarme para dártelos,” Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe, quien busca, halla, y al que llama, se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el espíritu Santo a los que se lo piden?

Versión para Latinoamérica extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos".

El les dijo entonces: "Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino; danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación".

Jesús agregó: "Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: 'Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle', y desde adentro él le responde: 'No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos'.

Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario.

También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá.

Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre.

¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?

Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan".

REFLEXIÓN

            Durante estos domingos la liturgia pone el acento en el tema de la vigilancia cristiana. Para conservar el don precioso de la vida nueva, el evangelio del domingo pasado nos alertaba sobre la necesidad de reforzar nuestra vida interior y la escucha serena de la palabra de Jesús. Hoy nos encontramos con el segundo elemento de esta vigilancia: la oración.

            ¿Qué quiere decir orar? ¿Cómo orar? ¿Para qué orar?

            Lucas es el evangelista de la oración y ve a Jesús como el gran orante en permanente diálogo con el Padre. Sobre todo en los momentos importantes de su vida, nos muestra a Jesús que se retira a algún lugar solitario para orar a su Padre. Así ora en su bautismo, en el desierto, antes de la elección de los Doce, en la transfiguración, antes de la multiplicación de los panes, en la noche de la traición, en la cruz: “Orad para no caer en la tentación”

            Pero, ¿cómo rezar? Los apóstoles sabían por supuesto las oraciones de todo piadoso judío, pero temían quedarse en puras fórmulas. Además, necesitaban una oración que los caracterizara como discípulos y comunidad de Jesús.

            Siguiendo a Lucas, vamos a tratar de descubrir no sólo lo que significa el Padre Nuestro, sino todo lo que lleva implícito como auténtica oración. El Padre Nuestro no sólo es una oración digna de ser puesta en nuestros labios, sino que también nos da los criterios para que cualquier oración sea auténtica. Por eso, más que una reflexión, esto quiere ser una oración que desglose el sentido de la oración del Señor.

            Tengamos en cuenta que la fórmula que comúnmente empleamos no es la de Lucas sino la de Mateo, un poco más ampliada y extensa con siete invocaciones en lugar de cinco.

            Padre. Es hermoso comenzar así: “padre”; no es un título honorífico ni majestuoso. Es la invocación confiada del hijo.

            Debemos tomar conciencia de quienes somos nosotros y quién es Dios. Somos hombres, hijos suyos y hermanos en la misma fe. El es el Todo, lo Absoluto en nuestra vida.

            Santificado sea tu nombre. Con esta invocación le estamos pidiendo a Dios que se manifieste a nosotros, que se muestre como nuestro Dios, que no se quede oculto, pues queremos verlo y conocerlo tal cual es, sin desfigurarlo con fantasías e imaginaciones burlas.

            En este sentido, Jesús ha santificado el nombre de Dios porque nos ha revelado su verdadero rostro, sin desfigurarlo como hacemos a menudo cuando proyectamos en Dios nuestros pobres y miopes esquemas.

            Por eso, el creyente se obliga a santificar el nombre de Dios, reconociéndolo como lo que es: Padre, Señor, Vida, Amor y Salvación.

En la plegaria del Padre Nuestro el cristiano, por una parte, pide a Dios que se le manifieste con su amor y salvación. Por otra, lo alaba, lo reconoce como su Señor, le agradece y le promete fidelidad. Santificar su nombre es manifestar el deseo de vivir en esa misma santidad, con su mismo espíritu que obra en nosotros el cambio del corazón.

            Venga tu Reino. El Reino no es un lugar geográfico o cosa parecida, sino que es el mismo Dios en cuanto reina o vive manifestándose en medio de los hombres. Como agrega Mateo, ésta es la voluntad de Dios: que toda la humanidad se haga partícipe del Reino.

            Como Jesús, el creyente comienza su oración pidiendo no algo para sí, sino poniéndose al servicio del reino de Dios, como vimos en domingos anteriores con los Doce y con los Setenta y dos discípulos. Por eso, su oración es comprometida.

            Danos cada día nuestro pan del mañana. El lenguaje bíblico del pan significa todo lo que el hombre necesita para vivir: alimento, techo, cultura, educación, salud, trabajo, libertad, etc.

Y decimos “danos”, porque no puede haber verdadera oración mientras que no incluyamos a toda la humanidad en la mesa del pan. ¡Qué triste ver a tantos cristianos que rezan de noche el Padre Nuestro mientras especulan con los precios, acaparan productos básicos, trafican con el hambre de los necesitados, con la venta de armas a gobiernos dictatoriales, etc., para llenar sus arcas al precio del hambre y de la miseria de pueblos enteros!.

            Por eso mismo, al pedir el pan, decimos “cada día”, porque el pan que hoy compartimos con los que no lo tienen es el signo evidente y practico de que ya viene el reino de Dios y su justicia… ¡Cuántos padrenuestros menos rezaríamos si solamente hiciéramos realidad esta breve frase que tanto repetimos con los labios: danos el pan cada día…!

            Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo. Nuevo compromiso en esta invocación. Cada vez que pecamos faltamos al amor a la comunidad, por lo que quedamos en deuda con ella. Por tanto, recibir el perdón de Dios significa devolver a la comunidad lo que le hemos sustraído, sin contentarnos con un superficial arrepentimiento que deja las cosas como están. El perdón se produce en el mismo momento en que se compromete el cristiano que reza el Padre Nuestro. Nadie puede arreglar sus cuentas con Dios si no las arregla con el hermano. El perdón reconstruye, rehace, repara.

            Y no nos dejes caer en tentación. En sentido bíblico la palabra tentación significa todo obstáculo, peligro, trampa o lazo tendido en el camino del hombre en marcha hacia su crecimiento. Esos obstáculos o tentaciones ponen a prueba al caminante que no debe dejarse sorprender, vigilando constantemente.

            El cristiano no presume de sus fuerzas ni tienta a Dios colocándose en la boca del león. Consciente de su fragilidad, vigila sobre sí mismo y abre sus ojos porque cada día es una prueba a nuestro amor y a nuestra fidelidad al evangelio.

 
 
 
 
ENTRA EN TU INTERIOR

APRENDER LA CONFIANZA

Lucas y Mateo han recogido en sus respectivos evangelios unas palabras de Jesús que, sin duda, quedaron muy grabadas en sus seguidores más cercanos. Es fácil que las haya pronunciado mientras se movía con sus discípulos por las aldeas de Galilea, pidiendo algo de comer, buscando acogida o llamando a la puerta de los vecinos.

Probablemente, no siempre reciben la respuesta deseada, pero Jesús no se desalienta. Su confianza en el Padre es absoluta. Sus seguidores han de aprender a confiar como él: «Os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá». Jesús sabe lo que está diciendo pues su experiencia es ésta: «quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre».

Si algo hemos de aprender de Jesús en estos tiempos de crisis y desconcierto en su Iglesia es la confianza. No como una actitud ingenua de quienes se tranquilizan esperando tiempos mejores. Menos aún como una postura pasiva e irresponsable, sino como el comportamiento más evangélico y profético de seguir hoy a Jesús, el Cristo. De hecho, aunque sus tres invitaciones apuntan hacia la misma actitud básica de confianza en Dios, su lenguaje sugiere diversos matices.

«Pedir» es la actitud propia del pobre que necesita recibir de otro lo que no puede conseguir con su propio esfuerzo. Así imaginaba Jesús a sus seguidores: como hombres y mujeres pobres, conscientes de su fragilidad e indigencia, sin rastro alguno de orgullo o autosuficiencia. No es una desgracia vivir en una Iglesia pobre, débil y privada de poder. Lo deplorable es pretender seguir hoy a Jesús pidiendo al mundo una protección que sólo nos puede venir del Padre.

«Buscar» no es sólo pedir. Es, además, moverse, dar pasos para alcanzar algo que se nos oculta porque está encubierto o escondido. Así ve Jesús a sus seguidores: como «buscadores del reino de Dios y su justicia». Es normal vivir hoy en una Iglesia desconcertada ante un futuro incierto. Lo extraño es no movilizarnos para buscar juntos caminos nuevos para sembrar el Evangelio en la cultura moderna.

«Llamar» es gritar a alguien al que no sentimos cerca, pero creemos que nos puede escuchar y atender. Así gritaba Jesús al Padre en la soledad de la cruz. Es explicable que se oscurezca hoy la fe de no pocos cristianos que aprendieron a decirla, celebrarla y vivirla en una cultura premoderna. Lo lamentable es que no nos esforcemos más por aprender a seguir hoy a Jesús gritando a Dios desde las contradicciones, conflictos e interrogantes del mundo actual.

José Antonio Pagola

 


ORA EN TU INTERIOR

Orar es pedir, buscar, llamar a la puerta. De día y de noche. Sin cansarse nunca. Siempre hay que orar, y hasta tal punto que la oración se convierte en un estado y no sólo en una práctica ocasional. Orar es un modo de ser delante de Dios. ¡Pero hay dos maneras de insistir en la petición: la del importuno y la del enamorado! El primero sólo piensa en sí mismo; el otro está fascinado, y lo daría todo por el tesoro que ha descubierto. ¿Qué puerta se le cerrará? Si Dios espera de nosotros esta oración, es porque él se presenta como el tesoro de los tesoros, como el amigo más fiel. ¡Un amor de segunda mano, que se da por nada, no es amor!.

            Nuestra actitud orante debe ser “confianza”, “pedid y se os dará”, porque es Dios Padre quién nos conoce y escucha. Pero apunta también a nuestra propia disponibilidad, a nuestro esfuerzo: “Buscad y hallaréis” Y es que muchas veces en la oración tomamos conciencia de nuestra responsabilidad, medimos nuestras posibilidades, encontramos caminos de actuación. Además, Jesús nos abre a la colaboración con los demás en un doble sentido: “Llamad y se os abrirá” –salir de nuestra cerrazón solitaria-; y “tratad a los demás como queréis que ellos os traten”. Una oración así nunca falla. Si falla, nos enseña san Agustín a examinar a ver si no se debe a que “no pides como debes o pides lo que no debes.

Dios es tan bueno con nosotros que nos da aun lo que no pedimos, ni muchísimo menos merecemos: la Eucaristía. A manos llenas nos reparte el Señor el pan con el que comulga con nosotros y nos hace comulgar con todos los hermanos.

Pero hay que pedir sin desfallecer, pues quien capitula demasiado pronto demuestra que no tiene verdadera confianza. Dios quiere que se busque, porque siempre está más allá de lo que esperamos. Tenemos que llamar a su puerta durante mucho tiempo, porque dicha puerta se abre sobre un infinito que nunca se alcanza del todo. La verdadera actitud ante Dios –la oración en la vida- es la actitud del mendigo… un mendigo que se sabe amado y llamado a la Vida.

ORACIÓN FINAL (Sobre el Salmo 137)

Dios que te llamas Amor, amor eterno, amor fiel y poderosa ternura, ¡te damos gracias de todo corazón!

¡A ti debemos lo que somos, y tu promesa asegura nuestro porvenir! ¡Señor, no abandones la obra de tus manos! Dios que lo conoces todo, Dios único, nunca se ha oído decir que hayas rechazado al que te implora. ¡Bendito seas tú, a quien buscamos, porque te adelantaste tú a venir hasta nosotros!
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes proporcionadas por Catholic.net
 
 




 

miércoles, 17 de julio de 2013

21 DE JULIO: DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO (C)


 

“Marta, Marta; andas inquieta y nerviosa con tantas cosas;

sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor y no se la quitarán”

21 DE JULIO

XVI DOMINGO DEL TIEMPO PORDINARIO ©

1ª Lectura: Génesis 18,1-10a

Salmo 14: “Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?

2ª Lectura: Colosenses 1,24-28

PALABRA DEL DÍA

Lucas 10,38-42

“En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo: -Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano. Pero el Señor le contestó: -Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas: solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán”.

Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Mientras iban caminando, Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa.

Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra.

Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude".

Pero el Señor le respondió: "Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas,

y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada".

REFLEXIÓN

            Los textos evangélicos de este domingo y de los siguientes tienen como eje la siguiente idea central: si por Jesús hemos recibido el don precioso de la vida nueva, es justo que empleemos todos los medios para conservar, preservar y aumentar ese don. La Vida es un tesoro, pero frágil, y muchos son los peligros que la acechan.

            El cristiano debe mantenerse en constante “vigilancia” interior para que su vida, su vida interior, no sucumba, sobre todo, bajo las preocupaciones diarias y el afán del lucro y riquezas.

            Hoy se nos presentan las figuras prototípicas de dos hermanas: Marta y María, cuyo hermano, Lázaro, anticiparía en su muerte y vuelta a la vida el gran misterio de Jesucristo.

            Marta y María son el caso concreto de muchas palabras que Jesús dijo sobre la importancia del reino y su justicia, sobre la actitud ante la palabra de dios y sobre la constante vigilancia del hombre en la vida.

            Marta vive desprevenida, atrapada entre sus cacharros, con la defensa descubierta. Ya no crece como mujer, ya no hay novedad alguna en su vida, constante rutina gris, interminable repetición de los mismos actos un día y otro. Es una mujer a la que se le han acabado las preguntas, los ideales y el afán de crecer.

            María, en cambio, vigila el don precioso de su vida y de su fe. Sabe que las preocupaciones diarias pueden ahogarla, cosificarla y embrutecerla. Como el vigía de la torre, mira, camina, se detiene, piensa y mantiene constantemente el arma en la mano.

            Por eso está a los pies del Señor: quiere aprender a ver la vida desde Dios, porque si Dios está realmente en su vida, la vida será Vida con mayúscula. Hará, quizá, lo mismo de siempre, pero con otro sentido; como persona será la dueña de sus actos, sabiendo cuándo tiene que perder algo para que no se pierda lo más importante.

            En María, prototipo del discípulo, se manifiesta perfectamente los sentimientos del salmo 130: “Desde lo más profundo grito hacia ti, señor. Estén atentos tus oídos a la voz de mi plegaria… Yo espero en Dios, mi corazón espera y estoy pendiente de su palabra. Mi corazón está pendiente del Señor más que el centinela de la aurora, porque con dios está el amor y junto a él hay abundante salvación…”

            Solo una cosa es necesaria: gozar la vida, con poco o con mucho. Es la única que tenemos; no hay segunda oportunidad. Ese es el lenguaje de este evangelio y para eso llega de improviso el Señor a nuestra casa: para que no estemos desprevenidos.

            Con gran claridad lo dice Jesús en el Evangelio de Lucas un poco más adelante: “No andéis tan preocupados por la comida o el vestido; no os obsesionéis tanto por eso… Buscad, más bien, el Reino, y todas las demás cosas se os darán por añadidura. No temáis, pequeño rebaño, porque al Padre le ha parecido bien daros el Reino” (Lc 12,29-32).

 
ENTRA EN TU INTERIOR

NECESARIO Y URGENTE

Mientras el grupo de discípulos sigue su camino, Jesús entra solo en una aldea y se dirige a una casa donde encuentra a dos hermanas a las que quiere mucho. La presencia de su amigo Jesús va a provocar en las mujeres dos reacciones muy diferentes. María, seguramente la hermana más joven, lo deja todo y se queda “sentada a los pies del Señor”. Su única preocupación es escucharle.

 El evangelista la describe con los rasgos que caracterizan al verdadero discípulo: a los pies del Maestro, atenta a su voz, acogiendo su Palabra y alimentándose de su enseñanza.

La reacción de Marta es diferente. Desde que ha llegado Jesús, no hace sino desvivirse por acogerlo y atenderlo debidamente. Lucas la describe agobiada por múltiples ocupaciones. Desbordada por la situación y dolida con su hermana, expone su queja a Jesús: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano”. Jesús no pierde la paz. Responde a Marta con un cariño grande, repitiendo despacio su nombre; luego, le hace ver que también a él le preocupa su agobio, pero ha de saber que escucharle a él es tan esencial y necesario que a ningún discípulo se le ha de dejar sin su Palabra “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor y no se la quitarán”.

 Jesús no critica el servicio de Marta. ¿Cómo lo va a hacer si él mismo está enseñando a todos con su ejemplo a vivir acogiendo, sirviendo y ayudando a los demás? Lo que critica es su modo de trabajar de manera nerviosa, bajo la presión de demasiadas ocupaciones.

Jesús no contrapone la vida activa y la contemplativa, ni la escucha fiel de su Palabra y el compromiso de vivir prácticamente su estilo de entrega a los demás. Alerta más bien del peligro de vivir absorbidos por un exceso de actividad, en agitación interior permanente, apagando en nosotros el Espíritu, contagiando nerviosismo y agobio más que paz y amor.

 Apremiados por la disminución de fuerzas, nos estamos habituando a pedir a los cristianos más generosos toda clase de compromisos dentro y fuera de la Iglesia. Si, al mismo tiempo, no les ofrecemos espacios y momentos para conocer a Jesús, escuchar su Palabra y alimentarse de su Evangelio, corremos el riesgo de hacer crecer en la Iglesia la agitación y el nerviosismo, pero no su Espíritu y su paz.

Nos podemos encontrar con unas comunidades animadas por funcionarios agobiados, pero no por testigos que irradian el aliento y vida de su Maestro.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

            Todos buscamos una sola cosa: vivir. Vivir consciente y plenamente. Vivir con dignidad, descubriendo desde la perspectiva de dios el sentido de nuestra existencia.

            Como dice san Pablo: “Dios ha querido dar a conocer a los suyos la riqueza que este misterio encierra… es decir, que Cristo es para vosotros la esperanza de la gloria”.

            Vivir con esta dimensión nueva supone en nosotros una constante vigilancia. La liturgia de hoy llama nuestra atención sobre este punto.

            Jesús entra en casa de sus amigos y se pone a dialogar con ellos. Una de las dos hermanas, Marta, no se para, sino que sigue centrada en sus cosas, con, la cabeza en mil sitios. María se pone a los pies de Jesús para aprender de él como discípula.

            Pero Jesús no le dice a Marta que lo que está haciendo esté mal, ella intenta prestarle el mejor de los servicios a un amigo.

Jesús nos urge a valorar lo que realmente es importante en la vida y a no  dejarnos ahogar por las preocupaciones.

ORACIÓN

            Señor, que nos has revelado por medio de Jesucristo tu mensaje completo, el misterio que has tenido escondo desde siglos y desde generaciones, haz que quienes lo hemos recibido en el corazón lo hagamos realidad en nuestra vida diaria.

Expliquemos el Evangelio a los niños

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