lunes, 26 de agosto de 2013

1 DE SEPTIEMBRE: XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (C)



“…todo el que se enaltece será humillado;

Y el que se humilla será enaltecido”

1 DE SEPTIEMBRE

XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©

1ª Lectura: Eclesiástico 3,17-20.28-29

Salmo 67: En tu bondad, oh Dios, preparaste casa para los pobres

2ª Lectura: Hebreos 12,18-19.22-24ª

PALABRA DEL DÍA

Lucas 14,1.7-14

“Entró Jesús un sábado en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso este ejemplo: -cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro, y te dirá: Cédele el puesto a éste. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido. Y dijo al que lo había invitado: -Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”.

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente.

Y al notar cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola:

"Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú,

y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: 'Déjale el sitio', y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar.

Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: 'Amigo, acércate más', y así quedarás bien delante de todos los invitados.

Porque todo el que ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado".

Después dijo al que lo había invitado: "Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa.

Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.

¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!".

REFLEXIÓN

En el evangelio de hoy, Jesús vuelve a contraponer la postura farisaica ante el Reino de Dios y la de los pobres y humildes que son los primeros en recibir los beneficios de una acción de Dios abierta a todos, y principalmente a la parte más desheredada de la sociedad.

            La actitud farisaica está caracterizada por  el cumplimiento de la ley por encima de la necesidad del prójimo.

La liturgia de hoy nos invita a reflexionar sobre la actitud farisaica a la que Jesús contrapone, dos actitudes fundamentales: la humildad y el desinterés.

“Todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.

Al ver Jesús como los invitados elegían los mejores puestos del banquete, convencidos de su propia dignidad y valimiento, tuvo la oportunidad de resolver un problema que también interesaba a sus discípulos: quién sería primero en el Reino de Dios o quién merecería un premio más abundante.

El tema está relacionado con el del domingo pasado: no sólo están los que preguntan quiénes se salvarán, sino también los que se preocupan de salvarse más que los otros, repitiendo en el Reino de Dios las categorías sociales que dividen a las personas en más dignas y menos dignas.

Ante tal pretensión Jesús afirma la primacía de la humildad, continuando con la más pura tradición religiosa de su pueblo, como lo recuerda la primera lectura de hoy del libro del Eclesiástico:

“Hijo mío, procede con humildad..., hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios y revela sus secretos a los humildes”.

El concepto correspondiente a la virtud de la humildad ha sido uno de los que más se han deteriorado ante la mentalidad moderna y, debemos reconocer que, en gran medida, justamente deteriorado.

Más que una virtud, la humildad se presentaba como una antivirtud, porque disminuía al hombre y lo empobrecía.

Hombres así de humildes sin ningún destello de orgullo, poco podían servir para construir un mundo nuevo que exige audacia, fuerza, ambición, empuje y, ¿por qué no?, cierto orgullo de ser hombre.

Este concepto de humildad, que aliena al hombre y le impide tener la fuerza suficiente para afrontar los problemas que el día a día le presenta, muy difícilmente podría ser aplicado al mismo Jesús, modelo supremo de humildad, si tomamos en cuenta los datos evangélicos que nos lo presentan en los escasos años de su vida pública como muy dueño de sí mismo, seguro frente a sus adversarios, duro y hasta hiriente en sus ataques verbales, firme y recio ante un Pilato o un Herodes.

Un Jesús que se llama Hijo del Hombre, que se proclama camino, verdad y vida, luz de los hombres, pan de vida, puerta de las ovejas, o que, como narra el evangelio de hoy, come con los fariseos y allí mismo les echa en cara sus vicios sin muchos miramientos. Sin embargo, Jesús parecía consciente de su humildad, pues llegó a decir:

 “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”.

Santa Teresa decía que “la humildad es la verdad”, y difícilmente encontraremos una mejor definición de la humildad.

Porque la verdad es, que lo más importante es cumplir la voluntad de Dios y Jesús fue siempre consciente de la misión que el Padre le había confiado, una misión que exigía una humildad absoluta : “Padre mío, si es posible, aparta de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

La humildad, por ser una postura religiosa, define la situación del hombre ante Dios y el lugar que ocupa en la creación.

La humildad es la postura interna que el hombre adopta frente al Reino de Dios: simplemente, la de un hombre.

En el diálogo de Jesús con el dueño de la casa, es interesante observar que mientras se critica a los que acaparan los primeros puestos por su propia cuenta, se pone bien  en claro que el dueño de la casa, y solamente él, puede dar a cada uno el puesto que le corresponde. De otra manera; que cada uno mire por sí mismo para hacer las cosas lo mejor posible; el juicio queda en manos de Dios que conoce hasta lo íntimo de cada uno.

Que la humildad y la rectitud en las intenciones deben ir juntas, es lo que parece sugerir Jesús cuando le dice a su anfitrión: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus parientes ni a los vecinos ricos, porque corresponderán invitándote y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”.

El texto de hoy nos dice, que estamos cerca del Reino de Dios cuando no actuamos en función del premio o del castigo, sino por un amor puro y desinteresado. Porque eso es obrar con humildad.

Finalmente, el texto de Jesús tiene también una incidencia para la vida de la Iglesia y de cada comunidad; no pueden ser las conveniencias sociales las que muevan las relaciones de los cristianos, sino únicamente el servicio a los más necesitados.

Dar y servir a los que tienen para poder recibir de ellos después la paga correspondiente es un viejo vicio en la historia de nuestra Iglesia. El acercamiento a los ricos y a los poderosos tuvo su alto precio para la pureza de la fe cristiana y para la evangelización de los pobres. Hoy lo vemos más claro, pero ya había sido dicho por Jesús: Invitemos a los que no pueden pagarnos. Entonces sí que se pone de manifiesto que esa invitación se hace en nombre de Jesucristo.

Una vez más llegamos a una conocida conclusión: la evangelización de los pobres y su lugar de privilegio dentro de la Iglesia son el signo más claro de que el reino de dios ha tendido su mesa en medio de los hombres.

San Pablo lo entendió perfectamente y así se lo pide a los cristianos de Filipos:

“Así pues, si hay una exhortación en nombre de Cristo, un estímulo de amor; una comunión en el Espíritu, una entrañable misericordia, colmad mi alegría, teniendo un mismo sentir, un mismo amor, un mismo ánimo, y buscando todos lo mismo. Nada hagáis por ambición, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando a los demás como superiores a vosotros mismos, sin  buscar el propio interés sino el de los demás. Tened entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús....” (Filipenses 2,1-5).

ENTRA EN TU INTERIOR

En los años posteriores al Concilio se hablaba mucho de la «opción preferencial por los pobres». La teología de la liberación estaba viva. Se percibía una nueva sensibilidad en la Iglesia. Parecía que los cristianos queríamos escuchar de verdad la llamada del Evangelio a vivir al servicio de los más desheredados del mundo.

Desgraciadamente, las cosas han ido cambiando. Algunos piensan que la «opción por los pobres» es un lenguaje peligroso inventado por los teólogos de la liberación y condenado justamente por Roma. No es así. La opción preferencial por los pobres es una consigna que le salió desde muy dentro a Jesús.

Según Lucas, éstas fueron sus palabras: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote y quedaras pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; ya te pagarán cuando resuciten los justos».

¿Se pueden tomar en serio estas palabras provocativas de Jesús? ¿Lo dice en serio o es una manera de impactar a sus oyentes? Jesús habla de invitar a los excluidos, marginados y desamparados. Son precisamente los desdichados a los que él se está dedicando en cuerpo y alma por las aldeas de Galilea.

Sabe bien que esto no es lo habitual. Los «pobres» no tienen medios para corresponder con cierta dignidad. Los «lisiados, cojos y ciegos» sencillamente no pueden. En Qumrán son precisamente los que están excluidos de la comida comunitaria.

Jesús habla en serio. Lo prioritario para quien sigue de cerca a Jesús no es privilegiar la relación con los ricos, ni atender las obligaciones familiares o los convencionalismos sociales, olvidando a los pobres. Quien escucha el corazón de Dios, comienza a privilegiar en su vida a los más necesitados.

Una vez de escuchar de labios de Jesús su opción preferencial por los pobres, no es posible evitar nuestra responsabilidad. En su Iglesia hemos de tomar una decisión: o no la tenemos en cuenta para nada, o buscamos seriamente cómo darle una aplicación generosa.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

            A Lucas le preocupaban las diferencias sociales de los miembros de su comunidad. Sabía que no era tarea fácil vivir unas relaciones fraternas según el evangelio entre personas que antes de formar parte de la comunidad cristiana pertenecían a mundos tan diversos. En este contexto hemos de situar la enseñanza de Jesús en un contexto de comida. El texto nos habla de su vida, de lo que hizo, pero también nos habla de la vida de la comunidad de Lucas, una comunidad asentada en una ciudad del Imperio romano donde la cuestión de comer era decisiva: con quién se come, cómo se come… La enseñanza de Jesús en la parábola nos recuerda la reflexión hecha por Ben Sirá en la primera lectura del libro del Eclesiástico. Los que son importantes en la sociedad y quieran vivir según el Reino deben pasar a ocupar voluntariamente los últimos puestos y sentarse en el lugar de los más pobres e insignificantes. Este es un paso para crear una comunidad de verdaderos hermanos. ¿Cuáles son nuestras aspiraciones en la vida? ¿Cómo buscamos la grandeza del hombre? ¿Somos capaces de humillarnos para levantar a tantos hermanos nuestros humillados por el egoísmo y la injusticia de sus semejantes?

ORACIÓN

Dios todopoderoso, de quien procede todo bien, siembra en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, acrecientes el bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves.
 
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes proporcionadas por Catholic. net
 
 

 
 

miércoles, 21 de agosto de 2013

25 DE AGOSTO: XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (C)




“Esforzaos  en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos

Intentarán entrar y no podrán”


25 DE AGOSTO

 
XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©

 

1ª Lectura: Isaías 66,18-21

 
Salmo 116: Id al mundo entero y proclamad el evangelio.


2ª Lectura: Hebreos 12,5-7.11-13

 
PALABRA DEL DÍA

Lucas 12,22-30
 

“En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando. Uno le preguntó: -Señor, ¿serán muchos los que se salven? Jesús les dijo: -Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: “Señor, ábrenos”, y él os replicará: “No sé quiénes sois.” Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas.” Pero él os replicará: “No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados.” Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos.”

Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén.

Una persona le preguntó: "Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?". El respondió:

"Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán.

En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: 'Señor, ábrenos'. Y él les responderá: 'No sé de dónde son ustedes'.

Entonces comenzarán a decir: 'Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas'.

Pero él les dirá: 'No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!'.

Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera.

Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios.

Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos".

REFLEXIÓN

            A medida que Jesús avanzaba hacia Jerusalén, el tema de la entrada al Reino de Dios se iba agudizando. Para Jesús, se reducía el tiempo disponible para llamar a la conversión a su propio pueblo, conversión, que junto con el anuncio del Reino de Dios, no olvidemos, fue el núcleo fundamental de su predicación:

            “El Reino de Dios se acerca, convertíos y creed en el Evangelio...”

            También para los discípulos, se acercaba la hora del gran escándalo de la cruz.

            En este contexto no nos puede extrañar la pregunta que alguien le hizo: “¿Serán pocos los que se salven?”. Una pregunta pesimista, porque un optimista habría preguntado: “¿Serán muchos los que se salven?”.

            El tema de la salvación ha sido un tema recurrente dentro de la Iglesia, ha estado presente en nuestras catequesis, en nuestras predicaciones y en nuestros cultos, era como si durante nuestro peregrinar por este mundo tuviéramos que ir acumulando méritos.

            De ahí las exigencias de oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar, comulgar por Pascua florida y la creencia de que con esto, los nueve primeros viernes al Corazón de Jesús, los siete domingos de San José o recurrir a este o aquel santo, nos asegura la salvación.

            Contra esta forma de pensar va Jesucristo en el Evangelio de hoy.

            La respuesta que dio Jesús a aquel típico representante de la religión establecida, está, en primer lugar, dirigida al pueblo judío como tal, a quien Jesús le exige que entre, si quiere, por la puerta estrecha, la única que conduce al Reino.

            En efecto, es inútil pertenecer a la misma raza de Abraham y de Jesús, inútil practicar el culto y escuchar la Biblia si no se quiere aceptar la conversión del corazón y el cambio hacia una religión que toque la misma raíz del hombre.

            Y a la inversa: serán los paganos, los extraños, los que se sentarán a la mesa con los grandes profetas y patriarcas, conforme a los oráculos de los profetas del exilio, como nos recuerda la primera lectura de hoy: “Yo vendré, dice el Señor, para reunir a las naciones de toda lengua..., los que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria; y anunciarán mi gloria a las naciones...”

            En segundo lugar, es evidente que al menos el espíritu de la respuesta de Jesús tiene mucho que ver con los que hoy somos cristianos y nos sentimos parte de la Iglesia.

            Por algo hoy se nos anuncia esta palabra en una celebración litúrgica que actualiza aquí y ahora la obra evangelizadora de Jesús.

            “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán.”.

            Hermanas y hermanos, sin el cambio de vida es todo inútil, podemos decir cómo le decían las gentes que lo escuchaban y lo seguían: “Hemos comido y bebido contigo y tú has predicado en nuestras plazas” y la respuesta será dura: “No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados”.

            Ya no hace falta discutir quién se salva y quién se condena, o si serán muchos o pocos los llamados al Reino.

            A quien hoy camina sobre la tierra se le deja su única y máxima preocupación: abandonar el esquema viejo del pecado y renovar su mente y su corazón.

            Es evidente que Dios tiene múltiples aminos para llegar a cada hombre, esté donde esté, y llamarlo a una vida más pura y digna. El reino de Dios no tiene fronteras ni prejuicios ni obstáculos insalvables, y bien puede hacer que los últimos sean los primeros, y los primeros los últimos.

            Tenemos que elegir la puerta estrecha que nos enfrenta con nuestra propia conciencia, desnudos de todo aparato mágico o estructuras que pretendan facilitarnos las cosas.

            La entrada al Reino no es más difícil para unos y más fácil para otros; es tan fácil o tan difícil –según se mire- como lo es la misma vida de cada uno, con sus continuas opciones, con sus tentaciones, con sus cambios, con sus choques y con sus crisis.

            La puerta del reino es la misma vida que se debe construir, paso a paso, creándola permanentemente, mejorándola, corrigiéndola, animada por el espíritu. Es la heroicidad del quehacer diario: la del obrero en su trabajo, la del ama de casa en su trajín diario, la del profesor con sus alumnos, la del enfermo con su dolor y la del anciano con su soledad.

            No hay gracia fácil y salvación fácil.

            Es mejor vivir fielmente cada día que preguntarnos por quiénes se salvarán.

            Es una puerta estrecha, muy estrecha.

            Porque una puerta estrecha es:

          Poner la otra mejilla.

          Perdonar setenta veces siete, perdonar siempre.

          Amar al enemigo.

          Buscar antes el interés de los del mal que el propio.

          Hacer nuestros los problemas, sufrimientos, alegrías y tristezas de los demás.

Es una puerta estrecha, pero la única posible.

Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

Y la verdad que tenemos que creer, la vida que tenemos que vivir y el camino que tenemos que recorrer, es Jesús, Camino, Verdad y Vida.

Tenemos que empezar hoy a tomarnos a Dios en serio  si no lo hemos hecho ya.

 


ENTRA EN TU INTERIOR

NO TODO VALE        

Jesús va caminando hacia Jerusalén. Su marcha no es la de un peregrino que sube al templo para cumplir sus deberes religiosos. Según Lucas, Jesús recorre ciudades y aldeas “enseñando”. Hay algo que necesita comunicar a aquellas gentes: Dios es un Padre bueno que ofrece a todos su salvación. Todos son invitados a acoger su perdón.

Su mensaje sorprende a todos. Los pecadores se llenan de alegría al oírle hablar de la bondad insondable de Dios: también ellos pueden esperar la salvación. En los sectores fariseos, sin embargo, critican su mensaje y también su acogida a recaudadores, prostitutas y pecadores: ¿no está Jesús abriendo el camino hacia una relajación religiosa y moral inaceptable?

Según Lucas, un desconocido interrumpe su marcha y le pregunta por el número de los que se salvarán: ¿serán pocos?, ¿serán muchos?, ¿se salvarán todos?, ¿sólo los justos? Jesús no responde directamente a su pregunta. Lo importante no es saber cuántos se salvarán. Lo decisivo es vivir con actitud lúcida y responsable para acoger la salvación de ese Dios Bueno. Jesús se lo recuerda a todos: «Esforzaos por entrar por la puerta estrecha».

De esta manera, corta de raíz la reacción de quienes entienden su mensaje como una invitación al laxismo. Sería burlarse del Padre. La salvación no es algo que se recibe de manera irresponsable de un Dios permisivo. No es tampoco el privilegio de algunos elegidos. No basta ser hijos de Abrahán. No es suficiente haber conocido al Mesías.

Para acoger la salvación de Dios es necesario esforzarnos, luchar, imitar al Padre, confiar en su perdón. Jesús no rebaja sus exigencias: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso»; «No juzguéis y no seréis juzgados»; «Perdonad setenta veces siete» como vuestro Padre; «Buscad el reino de Dios y su justicia».

Para entender correctamente la invitación a «entrar por la puerta estrecha», hemos de recordar las palabras de Jesús que podemos leer en el evangelio de Juan: «Yo soy la puerta; si uno entra por mí será salvo» (Juan 10,9). Entrar por la puerta estrecha es «seguir a Jesús»; aprender a vivir como él; tomar su cruz y confiar en el Padre que lo ha resucitado.

En este seguimiento a Jesús, no todo vale, no todo da igual; hemos de responder al amor de Padre con fidelidad. Lo que Jesús pide no es rigorismo legalista, sino amor radical a Dios y al hermano. Por eso, su llamada es fuente de exigencia, pero no de angustia. Jesucristo es una puerta siempre abierta. Nadie la puede cerrar. Sólo nosotros si nos cerramos a su perdón.

                        José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR


Ocurre a menudo en los evangelios. Jesús no responde (al menos, aparentemente) a lo que se le pregunta. El que se acerca a Él está preocupado por la salvación. Posiblemente también (o más) por la suya. Su  pregunta tiene que ver con la “cantidad” ¿serán muchos o pocos? Pero Jesús responde, no a esta cuestión de la cantidad, sino a la de la “cualidad” ¿quiénes serán? La imagen de la puerta estrecha no significa que los que se salven serán pocos sino que es difícil entender quiénes serán. Pasar por una puerta estrecha es posible cuan do se tiene paciencia, incluso en el caso de aglomeraciones, aunque indudablemente. Requiere esfuerzos. Este es el sentido de las palabras de Jesús. Los que se salven van a ser precisamente los que los judíos no pensaban que se iban a salvar. Los  extranjeros, “los últimos” /”oriente y Occidente. Norte y Sur”) se van a sentar en la mesa del reino, junto a los patriarcas, mientras que los que se creen ya salvados por formar parte del pueblo de la promesa, “los primeros”, se quedarán fuera.

ORACIÓN

            Oh Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo, inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo,  nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes proporcionadas por Catholic.net

 
 
 
 

           

miércoles, 14 de agosto de 2013

18 DE AGOSTO: XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (C).



“He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!”

18 DE AGOSTO

XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©

Primera Lectura: Jeremías 38,4-6.8-10

Salmo 39: Señor, date prisa en socorrerme.

Segunda Lectura: Hebreos 12,1-4

PALABRA DEL DÍA

Lucas 12,49-53

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ‘y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”.

Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!

Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!

¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división.

De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres:

el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra".

REFLEXIÓN

            Los domingos anteriores, centrados en el tema de la vigilancia, pusieron de relieve la seriedad con que el hombre debe asumir su vida; seriedad que no se opone a la alegría sino a la pereza y a la inconsciencia.

            Hoy, continuando con esta tónica de reflexión, Jesús afirma la seriedad con que él mismo asume su papel en la salvación humana. A medida que camina, el sendero se vuelve cada vez más estrecho y la hora del fuego se acerca.

            “He venido a prender fuego en el mundo…”

            En la predicación de Jesús el fuego ha sido relacionado casi siempre -refiriéndose a los tiempos mesiánicos- con el espíritu y con el bautismo, como si los tres elementos “espirituales” de la naturaleza: el viento, el agua y el fuego representarán, por sus propias características, la destrucción del mundo viejo y pecador y la instauración de un mundo nuevo. Por ello mismo, los tres elementos se relacionan simbólicamente con la muerte y con la regeneración, con el nacimiento y con la muerte. Ya el Bautista había predicado que Jesús traería un bautismo de fuego y espíritu, y hoy nos encontramos con un texto que, aunque breve, recoge esta interesante simbología relacionada con la obra y misión de Jesús en el mundo.

            El fuego mesiánico de Cristo no es otro que el mismo Reino de Dios que conlleva en sí un elemento destructor, no de la obra del hombre, sino del pecado. No puede surgir una nueva estructura de vida sí, previa o simultáneamente, no se destruye la estructura que oprime al hombre por dentro y por fuera.

            Bien nos lo recuerda hoy la Carta a los Hebreos: “Quitemos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos el el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, sin miedo a la ignominia… Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra lucha contra el pecado.”

            También Jesús tiene que sufrir ese bautismo de fuego; es la muerte en la cruz, allí quedará crucificado el pecado del mundo para que se sepulte bajo las cenizas la estructura de la ignominia, del vicio, del odio y de la muerte.

            ¿Y qué sucede si no se enciende este fuego? ¿Cuándo no está encendido?

            Cuando el cristianismo no es vivido como novedad original sino como un  agregado más de la sociedad, cuando convive sin oponerse con las estructuras que crean en la humanidad un estado de injusticia, de hambre, de violación de los derechos humanos, de violencia sobre los débiles, de cercenamiento de las libertades… No hay fuego cuando la Iglesia comparte calladamente el poder que oprime, que divide o que aplasta las conciencias. No hay fuego cuando todo sigue igual: con bautismo o sin bautismo; cuando los sacramentos de la confirmación, de la eucaristía, del matrimonio no significa más que un acto social, un papel sellado, una fiesta mundana.

            Bien lo recordaba Pablo: “No extingáis el fuego del Espíritu… Jesús ha encendido el fuego y suspira porque arda intensamente.

            Jesús ha encendido el fuego y hoy se nos invita a mantenerlo encendido. Un fuego que si está prendido dentro de la Iglesia debiera quemar tantas cosas viejas, tantos trastos inútiles, tantos organismos estériles, tanas palabras vacías.

            No he venido a traer la paz, sino división…

            Como muchas otras expresiones de Jesús, también ésta puede ser vista desde el contexto histórico y desde una perspectiva más universal.

            En el segundo caso, de mayor interés para nosotros, la expresión semita de Jesús, atrevida como todas las paradojas, pone de relieve la radicalidad del reino de Dios, que se constituye en el único absoluto en la vida del creyente.

            En efecto, si hay algo que une a los seres humanos entre sí, son los lazos de la sangre y de la raza. Tan cierto es esto, que la estructura social de todos los pueblos se cimenta sobre la íntima relación entre los miembros de cada familia y de las familias que tienen un mismo destino histórico entre sí. Como se suele decir: Patria y familia.

ENTRA EN TU INTERIOR

SIN FUEGO NO ES POSIBLE

En un estilo claramente profético, Jesús resume su vida entera con unas palabras insólitas: “Yo he venido a prender fuego en el mundo, y ¡ojalá estuviera ya ardiendo!”. ¿De qué está hablando Jesús? El carácter enigmático de su lenguaje conduce a los exegetas a buscar la respuesta en diferentes direcciones. En cualquier caso, la imagen del “fuego” nos está invitando a acercarnos a su misterio de manera más ardiente y apasionada.

El fuego que arde en su interior es la pasión por Dios y la compasión por los que sufren. Jamás podrá ser desvelado ese amor insondable que anima su vida entera. Su misterio no quedará nunca encerrado en fórmulas dogmáticas ni en libros de sabios. Nadie escribirá un libro definitivo sobre él. Jesús atrae y quema, turba y purifica. Nadie podrá seguirlo con el corazón apagado o con piedad aburrida.

Su palabra hace arder los corazones. Se ofrece amistosamente a los más excluidos, despierta la esperanza en las prostitutas y la confianza en los pecadores más despreciados, lucha contra todo lo que hace daño al ser humano. Combate los formalismos religiosos, los rigorismos inhumanos y las interpretaciones estrechas de la ley. Nada ni nadie puede encadenar su libertad para hacer el bien. Nunca podremos seguirlo viviendo en la rutina religiosa o el convencionalismo de “lo correcto”.

Jesús enciende los conflictos, no los apaga. No ha venido a traer falsa tranquilidad, sino tensiones, enfrentamiento y divisiones. En realidad, introduce el conflicto en nuestro propio corazón. No es posible defenderse de su llamada tras el escudo de ritos religiosos o prácticas sociales. Ninguna religión nos protegerá de su mirada. Ningún agnosticismo nos librará de su desafío. Jesús nos está llamando a vivir en verdad y a amar sin egoísmos.

Su fuego no ha quedado apagado al sumergirse en las aguas profundas de la muerte. Resucitado a una vida nueva, su Espíritu sigue ardiendo a lo largo de la historia. Los primeros seguidores lo sienten arder en sus corazones cuando escuchan sus palabras mientras camina junto a ellos.

¿Dónde es posible sentir hoy ese fuego de Jesús? ¿Dónde podemos experimentar la fuerza  de su libertad creadora? ¿Cuándo arden nuestros corazones al acoger su Evangelio? ¿Dónde se vive de manera apasionada siguiendo sus pasos? Aunque la fe cristiana parece extinguirse hoy entre nosotros, el fuego traído por Jesús al mundo sigue ardiendo bajo las cenizas. No podemos dejar que se apague. Sin fuego en el corazón no es posible seguir a Jesús.

 
José Antonio Pagola

 


 

ORA EN TU INTERIOR

            Liberar a esos oprimidos, anunciar a esos pobres la buena Noticia, proclamar a un Dios de gracia, serán las señas mesiánicas de Jesús. A lo largo de la historia, han sido muchos los seguidores fieles de Jesús que, con su vida y palabras proféticas, han prolongado el deseo de su señor, y les ha ardido el corazón en la tarea de construir el reino. Hacen posible que el mundo arda en llamas de amor, libertad y solidaridad hacia los últimos, hacia la periferia del mundo.

            Con esos deseos Jesús, con su vida entera, queremos comulgar quienes participamos en la eucaristía.

ORACIÓN FINAL

            Oh Dios, que has preparado bienes inefables para los que te aman, infunde tu amor en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas consigamos alcanzar tus promesas, que superan todo deseo.

 Expliquemos el Evangelio a los niños
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