martes, 29 de octubre de 2013

3 DE NOVIEMBRE: XXXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (C)



 
 
“El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”

3 DE NOVIEMBRE

XXXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©

1ª Lectura: Sabiduría 11,22-12,2

“Te compadeces, Señor, de todos, porque amas a todos”

Salmo 144

Bendeciré tu nombre por siempre jamás. Dios mío, mi rey

2ª Lectura: 2 Tesalonicenses 1,11-2,2

“El nombre de nuestro Señor Jesucristo sea glorificado en vosotros, y vosotros en él”

EVANGELIO DEL DÍA

Lucas 19,1-10

“En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: -Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa. Él bajó en seguida, y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo: -Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador. Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: -Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguien me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más. Jesús le contestó: -Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.

Versión para Latinoamérica, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad.

Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos.

El quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura.

Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí.

Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: "Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa".

Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría.

Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: "Se ha ido a alojar en casa de un pecador".

Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: "Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más".

Y Jesús le dijo: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido".

REFLEXIÓN

            El amor de Dios impregna cada página de las Sagradas Escrituras y de la liturgia cristiana. Y en los textos de este domingo resalta de una manera especial el amor de Dios a todas las criaturas, porque todas encuentran en el amor de Dios su razón de ser.

            Y es que desde que Dios empezó su obra creadora dio lugar a la aventura misma del amor. La aventura maravillosa de ser correspondido, con plena libertad, en el amor. Y así, también al riesgo del amor, al rechazo y a la incomprensión, el rostro doloroso del amor: “Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has creado; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado”, hemos escuchado en la primera lectura, del libro de la Sabiduría.  “Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán”, dice Jesús en el evangelio. Pero, en las casas de otros publicanos, ¿aceptarán su amor? Y otras casas de ricos, ¿se convertirán como Zaqueo al amor de Dios?

            Dios nos ha llamado a la vocación cristiana para ser glorificado en nuestras vidas; pero, ¿realmente nuestra vida es un testimonio transparente de su amor? De todas maneras, el amor de Dios es una aventura que enmarca toda la historia humana, desde que el hombre es hombre, el amor de Dios se encuentra sometido a la gran ley, creada por Dios, y que él mismo respeta, de la libertad humana. Y será así hasta el fin del mundo. Así pues, debemos velar, pero al mismo tiempo podemos estar llegando a su plenitud. El amor será, entonces, entronizado en los cielos y la humanidad adorará eternamente el rostro de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

            Así es el amor de Dios. Un amor sin fronteras. No tiene fronteras de tiempo, porque él ama ya ahora en el presente, antes del tiempo y más allá del tiempo. No tiene fronteras de espacio ni de lugar, porque él ha creado el espacio y lo ha llenado con obras surgidas de su mismo amor: el cielo, la tierra, el mar y todo lo que habita en ellos. No está limitado por fronteras de la edad, de la condición social o económica, del estado de vida de cada persona. Porque lo que más cuenta para Dios es que todos somos imagen suya, y a todos nos ama como hijos.

            Dios no ama al ciego de Jericó porque sea pobre, ni a Zaqueo porque sea rico, sino porque ambos son hijos suyos. Zaqueo era un pecador público, un publicano. Era un recaudador de impuestos al que Roma encargaba cobrar las tasas que la autoridad romana imponía.  Un trabajo que se prestaba a cometer injusticias y que los judíos odiaban porque eran compatriotas suyos los que la realizaban. Eran unos traidores.

            Pero esto a Dios no le importa, el pecado no es una derrota de Dios, sino una ocasión para mostrar su amor con un nuevo resplandor. Dios pasa por encima de todos los límites que podemos poner a su amor. Realmente, para Dios la frontera del amor es el amor sin fronteras. Jesús, como a Zaqueo, nos eleva la mirada y se quiere hacer invitar en nuestras casas, en lo más íntimo de nuestro corazón. Jesús hoy también nos quiere encontrar, nos viene a buscar para alojarse en nuestra casa. Y Zaqueo da el primer paso, desea encontrarse con Jesús. Nosotros también tenemos necesidad de encontrarnos con Jesús, de dar este primer paso, de invitarlo a nuestras vidas, con alegría, con el servicio, para poder escuchar así sus palabras: “Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.

ENTRA EN TU INTERIOR

¿PUEDO CAMBIAR?

Lucas narra el episodio de Zaqueo para que sus lectores descubran mejor lo que pueden esperar de Jesús: el Señor al que invocan y siguen en las comunidades cristianas «ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido». No lo han de olvidar.


Al mismo tiempo, su relato de la actuación de Zaqueo ayuda a responder a la pregunta que no pocos llevan en su interior: ¿Todavía puedo cambiar? ¿No es ya demasiado tarde para rehacer una vida que, en buena parte, la he echado a perder? ¿Qué pasos puedo dar?


Zaqueo viene descrito con dos rasgos que definen con precisión su vida. Es «jefe de publicanos» y es «rico». En Jericó todos saben que es un pecador. Un hombre que no sirve a Dios sino al dinero. Su vida, como tantas otras, es poco humana.


Sin embargo, Zaqueo «busca ver a Jesús». No es mera curiosidad. Quiere saber quién es, qué se encierra en este Profeta que tanto atrae a la gente. No es tarea fácil para un hombre instalado en su mundo. Pero éste deseo de Jesús va a cambiar su vida.


El hombre tendrá que superar diferentes obstáculos. Es «bajo de estatura», sobre todo porque su vida no está motivada por ideales muy nobles. La gente es otro impedimento: tendrá que superar prejuicios sociales que le hacen difícil el encuentro personal y responsable con Jesús.


Pero Zaqueo prosigue su búsqueda con sencillez y sinceridad. Corre para adelantarse a la muchedumbre, y se sube a un árbol como un niño. No piensa en su dignidad de hombre importante. Sólo quiere encontrar el momento y el lugar adecuado para entrar en contacto con Jesús. Lo quiere ver.


Es entonces cuando descubre que también Jesús le está buscando a él pues llega hasta aquel lugar, lo busca con la mirada y le dice: "El encuentro será hoy mismo en tu casa de pecador". Zaqueo se baja y lo recibe en su casa lleno de alegría. Hay momentos decisivos en los que Jesús pasa por nuestra vida porque quiere salvar lo que nosotros estamos echando a perder. No los hemos de dejar escapar.


Lucas no describe el encuentro. Sólo habla de la transformación de Zaqueo. Cambia su manera de mirar la vida: ya no piensa sólo en su dinero sino en el sufrimiento de los demás. Cambia su estilo de vida: hará justicia a los que ha explotado y compartirá sus bienes con los pobres.     


Tarde o temprano, todos corremos el riesgo de "instalarnos" en la vida renunciando a cualquier aspiración de vivir con más calidad humana. Los creyentes hemos de saber que un encuentro más auténtico con Jesús puede hacer nuestra vida más humana y, sobre todo, más solidaria.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR


“El hijo de Hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido”.

Solo lo que está perdido, necesita ser buscado.

 Solo el que se siente enfermo irá a buscar al médico.

 Solo si te sientes extraviado te dejarás encontrar por él.

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 No se trata de fomentar los sentimientos de culpabilidad.

 Tampoco de sentirse “indigno pecador”.

Se trata de tomar conciencia de la dificultad del camino

 y sentir la necesidad de ayuda para alcanzar la meta.

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 Se trata de sentir la ayuda de Dios desde lo hondo de mi ser.

 Pero también de buscar y aceptar la ayuda de los demás,

 que van un poco por delante y saben por dónde debo caminar.

 Si me empeño en caminar en solitario, me perderé en el camino.

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ORACIÓN

            Gracias, Señor, porque tu Evangelio es tan noticia nueva para los pobres como para los ricos, para los explotados como para los explotadores. Es buena noticia para el hombre, cualquiera que sea la forma de su opresión. Paradójicamente, también el rico es un oprimido, quizá con una opresión mucho más inconsciente y sutil; por eso mismo se hace tan difícil, como repite el mismo Jesús, la conversión en el rico opresor.

            Sé que el encuentro contigo siempre cambia, siempre transforma el corazón del hombre, necesito, Señor, que como en casa de Zaqueo, tu Salvación llegue a mi casa, llegue a mi corazón y fecunde toda mi vida

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes proporcionadas por Cathoolic.net


 
 
 
 
 
 
 

1 DE NOVIEMBRE: SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS




“Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”

1 DE NOVIEMBRE

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

1ª Lectura: Apocalipsis 7,2-4.9-14

Salmo 23: “Estos son los que buscan al Señor”

2ª Lectura: 1 Juan 3,1-3

PALABRA DEL DÍA

Mateo 5,1-12

“En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y Él se puso a hablar, enseñándoles:

-Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.

Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.

Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”.

 




Versión para Latinoamérica extraída de la Biblia del Pueblo de Dios


“Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él.

Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:

-Felices los que tienen alma de pobre, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.

Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.

Felices los afligidos, porque serán consolados.

Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.

Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.

Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.

Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.

Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.

Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnien en toda forma a causa de mí.

Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo, de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron”.

 
REFLEXIÓN

            Hoy la Iglesia nos invita a reconocer a todos los santos, tanto a los que están reconocidos oficialmente porque han sido canonizados, como los santos que, sin estar en las celebraciones del calendario, pertenecen al conjunto de personas que en sus vidas siguieron al Señor. Por esto a los santos los encontramos en todas partes. Un ejército innumerable de santos que viven en sus casas, en sus trabajos, en sus familias, haciendo siempre, con amor, la voluntad de Dios. Personas que, por su humildad, comunican a Dios y lo llevan en su corazón. Sin ellos darse cuenta están dando a conocer a Cristo, predicando a Cristo, hablando de Cristo. Hay una multitud de salvados que, viviendo de manera normal y cotidiana, se santifican en medio del mundo. “apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua”, nos dice Juan en la primera lectura tomada del libro del apocalipsis.

            Hoy la Iglesia nos invita a hacer lo mismo a nosotros. A vivir la santidad en nuestra vida cotidiana, que es vivir tal como Jesús nos enseñó. Todos estamos llamados a vivir como cristianos como Dios nos enseñó: como padres de familia, como hijos, como estudiantes, como trabajadores. Aunque probablemente nunca seremos canonizados, el Señor nos pide que sigamos sus enseñanzas y que lo sigamos. Que vivamos como verdaderos hijos e hijas de Dios.

            Dios es el único santo y la fuente de toda santidad. Así pues, la santidad sólo puede venir de Dios, es un don, una gracia, un regalo que da el Señor a todas las personas, porque en él se halla la plena felicidad. De todos modos, es necesario también que la persona anhele y desee este don. Es necesaria, por parte de la persona, una respuesta generosa al don de dios. Es imprescindible, así, manifestar nuestra fe con obras de santidad, imitando a los santos, pero en especial, al tres veces “santo”; el mismo Dios.

            Jesús con su vida, sus obras y su mensaje, nos muestra que la santidad cristiana no se encuentra en las manos, sino en el corazón; no se juega en la humanidad externa, sino en la interior. La santidad no es dedicarse a grandes plegarias y sacrificios. La santidad implica toda una manera de vivir el ser persona e imagen de Dios, que encuentra su resumen en el amor, en la caridad. La santidad es vivir en comunión con Dios. La santidad es la obediencia filial y amorosa al Padre de la misericordia. Lo que nos aproxima a la gracia, al don del amor de Dios, ya no son los lugares, ritos, objetos ni leyes, sino una persona: Jesucristo. En Jesucristo radica la santidad misma de Dios, es el Santo de Dios.

 

 

ENTRA EN TU INTERIOR

CREER EN EL CIELO

José Antonio Pagola

 

            En esta fiesta cristiana de Todos los Santos, quiero decir cómo entiendo y trato de vivir algunos rasgos de mi fe en la vida eterna. Quienes conocen y siguen a Jesucristo me entenderán.

            Creer en el cielo es para mí resistirme a aceptar que la vida de todos y de cada uno de nosotros es sólo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Apoyándome en Jesús intuyo, presiento, deseo y creo que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el deseo de vida, de justicia y de paz que se encierra en la creación y en el corazón de la humanidad.

            Creer en el cielo es para mí rebelarme con todas mis fuerzas a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños, que solo han conocido en esta vida miseria, hambre, humillación y sufrimientos, quede enterrada para siempre en el olvido. Confiando en Jesús, creo en una vida donde ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar. Por fin podré ver a los que vienen en las pateras llegar a su verdadera patria.

            Creer en el cielo es para mí acercarme con esperanza a tantas personas sin salud, enfermos crónicos, minusválidos físicos y psíquicos, personas hundidas en la depresión y la angustia, cansadas de vivir y de luchar. Siguiendo a Jesús, creo que un día conocerán lo que es vivir con paz y salud total. Escucharán las palabras del Padre: entra para siempre en el gozo de tu Señor.

            No me resigno a que Dios sea para siempre un “Dios oculto”, del que no podamos conocer jamás su mirada, su ternura y sus abrazos. No me puedo hacer a la idea de no encontrarme nunca con Jesús. No me resigno a que tantos esfuerzos por un mundo más humano y dichoso se pierdan en el vacío. Quiero que un día los últimos sean los primeros y que las prostitutas nos precedan. Quiero conocer a los verdaderos santos de todas las religiones y todos los ateísmos, los que vivieron, amando en el anonimato y sin esperar nada.

            Un día podremos escuchar estas increíbles palabras que el apocalipsis pone en boca de Dios: “Al que tenga sed, yo le daré a beber gratis de la fuente de la vida”. ¡Gratis! Sin merecerlo. Así saciará Dios la sed de vida que hay en nosotros.

ORA EN TU INTERIOR

Concédenos la dicha, Señor,

de buscar las cosas pequeñas,

de ilusionarnos con los detalles,

de trabajar en lo que merece la pena.

Llévanos a la verdadera felicidad

que florece sin anunciarse,

que calma donde más quema,

que hace del amor un arte.

Dinos qué es santidad,

no porque nos creamos perfectos,

ni porque despreciemos al débil,

sino porque Tú ocupas el corazón nuestro.

 

Pedro Fraile. En la Hoja Dominical Eucaristía

 

 

 



 

 

 

 









 

 

 

 

martes, 22 de octubre de 2013

27 DE OCTUBRE: XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (C).



“…todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.

27 DE OCTUBRE

XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©

Primera Lectura: Sabiduría 35,12-14.16-18

La oración del humilde atraviesa las nubes

Salmo 33

Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha

Segunda Lectura: 2 Timoteo 4,6-8.16-18

Me está reservada la corona de la justicia

EVANGELIO DEL DÍA

Lucas 18,9-14

“En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás: -Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo. El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: ‘Oh Dios!, ten compasión de este pecador. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.”

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Y refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:

"Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano.

El fariseo, de pie, oraba así: 'Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano.

Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas'.

En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: '¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!'.

Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado".

REFLEXIÓN

Desde hace algunos domingos, la Palabra de Dios nos habla de la importancia de la oración en la vida del cristiano y nos enseña las cualidades de la oración sincera que surge de la fe.

            Jesús es nuestro maestro y nos enseña a rezar. Él es el modelo, es la persona orante por excelencia, ya que goza de una comunicación muy próxima con el Padre por el Espíritu Santo.

            Es el Hijo quien con su oración se dirige a Dios para interceder por todos nosotros. Por esto, los cristianos, cuando rezamos a Dios lo hacemos en nombre de Jesús.

            Hoy hemos escuchado al evangelista san Lucas, que es quien más subraya el hecho de la oración como don del Espíritu Santo. Es el Evangelio en el que más veces podemos contemplar a Jesús orando. Y es aquí donde el discípulo de Cristo, contemplándolo y escuchándolo, aprende a rezar.

            Y hoy, más que a la oración de Jesús, asistimos a una enseñanza fundamental en la vida del cristiano, referida a la vida de oración: la oración auténtica es confiada, perseverante, llena de amor y de humildad.

            Hoy, precisamente el Evangelio pone el énfasis en la humildad del corazón, virtud que, a la luz de la gracia de Dios, hace que  nos veamos y nos valoremos tal cual somos, descubriendo nuestras limitaciones, pero descubriendo también las cualidades que Dios ha depositado en nosotros. La oración de fe, la oración humilde no consiste en repetir palabras y decir: “Señor, Señor”, sino en llevar en el corazón la voluntad del Padre. Jesús decía: “Mi alimento es hacer la voluntad de Dios”.

            La conocida parábola de los dos orantes, el fariseo y el pecador publicano, puede ser considerada como una síntesis del pensamiento de Jesús acerca del sentimiento religioso y de lo que constituye una auténtica actitud religiosa.

            La fuerza de la parábola radica en la contraposición de dos actitudes religiosas, contraposición que subraya cierta radicalidad del mensaje de Jesús. También podríamos decir que la parábola refleja dos criterios; el criterio de los hombres y el criterio de Dios, un tema éste favorito en los evangelios sinópticos, y referido por ejemplo a temas como el amor, el culto, el ayuno, la justicia etc.

            El fariseo se presenta ante Dios muy seguro de sí mismo, y se presenta con la carta credencial de sus buenas obras, de sus limosnas, ayunos y oraciones. Por eso da gracias a Dios: porque no es como las demás personas, porque se distingue por la santidad, porque ha conseguido, cree él, en vida lo que otros no llegan ni a vislumbrar. Dios está ciertamente de su lado, porque él es fuerte, sabe controlarse, domina sus pasiones y no tiene nada que reprocharse.

            Y el caso es, que no podemos decir que el fariseo no fuera sincero; no. El está convencido de lo que dice. Es santo y se siente santo; y por eso su orgullo es santo. Era, por ejemplo el orgullo de los judíos ante los paganos a quienes santamente despreciaban.

            La suya es la santidad de los fuertes, de los que ya no tienen nada que aprender, de los que lograron la máscara perfecta, esa máscara con la que caminan por la calle pensando en Dios, pero sin saludar a sus prójimos.

            Es un santo, y por tanto que no se le hable de conversión ni de cambio interior. Eso es para los pecadores. El está más allá, él es de Dios y sólo escucha lo que Dios le diga.

            Por eso empieza su oración despreciando a todos los que no son como él: “¡Oh Dios! Te doy gracias, porque no soy como los demás...”.

            Ha perdido el sentido de la misericordia y del perdón.  Por eso Jesús acertó cuando los llamó , “ciegos que guían a otros ciegos”.

            Da gracias a Dios y lo hace a partir de su corazón orgulloso, de su cumplimiento estricto de la ley y los preceptos. Sin embargo, a Dios no le complace esta actitud. Porque el fariseo cree que tiene el derecho y los méritos suficientes para ser salvado, Considera a Dios como un contable de virtudes y defectos, olvidando que la salvación es un don y un regalo de Dios. Y, finalmente, porque pone la seguridad en sus obras.

            El otro personaje de la parábola es el recaudador de impuestos, el publicano que aprovecha su puesto oficial al servicio de roma para enriquecerse con la extorsión de los pobres.

            No es un hombre que acostumbre a rezar ni mucho ni poco. Sabe lo que quiere y no se preocupa por lo demás. Pero el día que decidió ir al templo para hacer su oración comprendió que aquello tenía que significar un comienzo de vida nueva y un cambio radical.

            Si no tenía nada que ofrecer a Dos ni nada de que vanagloriarse como religioso, al menos se presentaría como era, sin vestido de fiesta, sin esconderse detrás de una fórmula o de una promesa simulada.

            Por eso este sale del templo justificado y el fariseo no. Salió justificado, porque se había colocado ante Dios en su justa y exacta posición; simplemente se mostró como era y desde ese yo pequeño y pecador arrancó su humilde oración.

            El publicano se gana el favor de Dios no porque sea pecador, sino porque reconoce su pecado y pone su confianza en la bondad y misericordia del Padre que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. En el fondo estaba sediento de bondad y amor de Dios.

            Esto debe hacernos pensar y reflexionar sobre nuestra oración. ¿En quién tenemos puesta nuestra confianza? ¿Somos como el fariseo que se cree autosuficiente sólo porque cumple? ¿O somos como el publicano que pone la confianza en Dios porque nos sabemos pecadores, y por eso amados y necesitados de él?.

            Sólo aquel que se acerca dispuesto a recibir al médico de nuestro corazón y del espíritu, y reconoce con humildad sus limitaciones, puede salir curado de su condición.

            Al rezar el Padrenuestro pediremos perdón por nuestras culpas y nos comprometeremos a perdonar a quién nos haya ofendido. Hemos visto como el fariseo y el publicano fueron simultáneamente al templo a rezar, pero se sentían distanciados y no formaban comunidad.

            El Señor nos llama hoy y siempre a encontrarnos con Dios y formar una comunidad que esté unida en la fe, en el amor y en la caridad, superando desigualdades y creando lazos de unión. Y nos ofrece la Eucaristía como sacramento de amor y de perdón, como remedio para seguir construyendo comunión cogidos de su mano.

ENTRA EN TU INTERIOR

LA POSTURA JUSTA

 

Según Lucas, Jesús dirige la parábola del fariseo y el publicano a algunos que presumen de ser justos ante Dios y desprecian a los demás. Los dos protagonistas que suben al templo a orar representan dos actitudes religiosas contrapuestas e irreconciliables. Pero, ¿cuál es la postura justa y acertada ante Dios? Ésta es la pregunta de fondo.

 
El fariseo es un observante escrupuloso de la ley y un practicante fiel de su religión. Se siente seguro en el templo. Ora de pie y con la cabeza erguida. Su oración es la más hermosa: una plegaria de alabanza y acción de gracias a Dios. Pero no le da gracias por su grandeza, su bondad o misericordia, sino por lo bueno y grande que es él mismo.

 
En seguida se observa algo falso en esta oración. Más que orar, este hombre se contempla a sí mismo. Se cuenta su propia historia llena de méritos. Necesita sentirse en regla ante Dios y exhibirse como superior a los demás.

 
Este hombre no sabe lo que es orar. No reconoce la grandeza misteriosa de Dios ni confiesa su propia pequeñez. Buscar a Dios para enumerar ante él nuestras buenas obras y despreciar a los demás es de imbéciles. Tras su aparente piedad se esconde una oración "atea". Este hombre no necesita a Dios. No le pide nada. Se basta a sí mismo.

 
La oración del publicano es muy diferente. Sabe que su presencia en el templo es mal vista por todos. Su oficio de recaudador es odiado y despreciado. No se excusa. Reconoce que es pecador. Sus golpes de pecho y las pocas palabras que susurra lo dicen todo: «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador».

 
Este hombre sabe que no puede vanagloriarse. No tiene nada que ofrecer a Dios, pero sí mucho que recibir de él: su perdón y su misericordia. En su oración hay autenticidad. Este hombre es pecador, pero está en el camino de la verdad.

 
El fariseo no se ha encontrado con Dios. Este recaudador, por el contrario, encuentra en seguida la postura correcta ante él: la actitud del que no tiene nada y lo necesita todo. No se detiene siquiera a confesar con detalle sus culpas. Se reconoce pecador. De esa conciencia brota su oración: «Ten compasión de este pecador».

 
Los dos suben al templo a orar, pero cada uno lleva en su corazón su imagen de Dios y su modo de relacionarse con él. El fariseo sigue enredado en una religión legalista: para él lo importante es estar en regla con Dios y ser más observante que nadie. El recaudador, por el contrario, se abre al Dios del Amor que predica Jesús: ha aprendido a vivir del perdón, sin vanagloriarse de nada y sin condenar a nadie. 


José Antonio Pagola


ORA EN TU INTERIOR

SALMO 139


Señor, tú me conoces y me comprendes

que me levante o me siente, Tú lo sabes.

Desde lejos atraviesas lo que pienso

Que camine o que me acueste, Tú lo sabes

mis caminos te son todos familiares.


Aún no asoman las palabras a mi boca

y el Señor las conoce ya completas.

Tú me envuelves por detrás y por delante

Tú has puesto tu mano sobre mí.

¡Prodigio de saber que me desborda

profundidad que no puedo alcanzar¡

¿A dónde iré yo lejos de tu Espíritu?

¿A dónde escaparé lejos de tu Rostro?

Si escalo los cielos, allí estás

si me hundo en el abismo, estás allí.

Si le cojo las alas a la aurora

y me alojo más allá de los mares,

incluso allí, tu mano me conduce

y tu diestra me toma.


Si digo: "que me cubran las tinieblas

y la luz se haga noche sobre mí"

La tiniebla no es tiniebla para Ti

y la noche resplandece como el día.


Eres Tú quien ha formado mis entrañas

quien me ha tejido en el vientre de mi madre.

te doy gracias por tantos misterios

porque soy un milagro, milagro de tus manos.


¡Qué profundos son, Señor, tus pensamientos

qué incalculable tu Sabiduría!


Sondéame, Señor, mira en mi corazón

examina mi alma, comprende mis temores.

Guíame a lo largo del camino

sé mi guardián para la eternidad.
 
 

ORACIÓN FINAL

            Señor Dios, que no eres parcial contra el pobre, que escuchas las súplicas del oprimido y que no desoyes el grito de tu comunidad, envía tu espíritu a nuestros corazones a fin de que nos presentemos ante ti con un corazón humilde y sincero.


Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes proporcionadas por Catholic.net