viernes, 22 de noviembre de 2013

1 DE DICIEMBRE: PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO-PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO



COMIENZA EL TIEMPO SANTO DEL ADVIENTO (CICLO A)

¡NO MATEMOS LA ESPERANZA!

            La esperanza es un milagro. ¿Cómo es posible, Dios mío, que el hombre siga esperando? ¿Cómo es posible, a pesar de tanta derrota, que el hombre siga soñando? ¿Cómo es que no se ha vuelto radicalmente escéptico y desconfiado, deprimido y amargado, triste, inmensamente triste? ¿Cómo es que sigue tentando a la suerte? ¿Cómo es que sigue celebrando el Adviento?

            Las corrientes modernas no gustan de las grandes utopías –no son racionales-, “la Razón se ha mostrado incapaz de cumplir sus promesas”.  Vivimos bajo el signo de la inseguridad, del vacío, de la pérdida de horizontes.

            Pero tampoco aceptan las angustias existenciales del pasado. ¿Para qué deprimirse? Aceptamos nuestra condición limitada y aceptamos las ofertas del mercado. Hoy se habla del efecto “burbuja”. Si no podemos volver al paraíso ni podemos alcanzar la sociedad perfecta ni podemos construir la ciudad del amor, vamos a refugiarnos en la burbuja de salvación que está a nuestro alcance. Dentro de esa burbuja me siento bien, aunque sea vulnerable y pasajera. Es como la tienda que quería hacer Pedro  en el Tabor. Pues un tabor con minúscula, o muchos tabores pequeños e inestables, pero en los que de momento se está bien.

            Son refugios ante el vacío y el desamparo, pero no nos salvan del vacío y el desamparo. Son nada más que burbujas. Quien únicamente nos salva es nuestro Señor Jesucristo, que no es una burbuja, es Tienda de Dios para el hombre, es médico divino, es anticipo del hombre nuevo. Nuestra esperanza de salvación es Jesucristo, que curó nuestras heridas más profundas, expulsó a nuestros demonios y venció a nuestras muertes. En él se anticipa nuestro futuro.

            Nuestra esperanza es el Dios de las promesas, el Padre que nos espera con los brazos y el corazón abierto, “el Hogar primitivo”, del que nacimos y al que tendemos, el Hontanar de todas las bendiciones y todas las gracias, el Abba que no se cansa de querernos y de regalarnos.

            Nuestra esperanza se fundamenta en el gran amor de Dios, que no nos abandona, que nos capacita para conocerle y poseerle, capaces de Dios. Esperamos porque somos amados. Esperamos porque podemos amar. Esperamos porque caminamos a la casa del amor. Esperamos porque podemos acercar aquí esa casa o ese reino del amor. Esperamos porque el reino de Dios ya está aquí, como dinamismo de superación y progreso. Esperamos porque Dios cuenta con nosotros y nosotros contamos con Dios.

            Por eso, a pesar de las derrotas y fracasos, esperamos. Siempre se pueden hacer las cosas mejor. Hay por doquier signos de esperanza. Volvemos a empezar. Volvemos a celebrar el Adviento. Confiamos también en el hombre; hay en él fuerzas positivas. Pero confiamos, sobre todo, en la fuerza que nos viene de Dios. “Todo es generosamente dado”.

            Pero la Esperanza es una de las tres grandes virtudes, junto a la Fe y a la Caridad.

            La Fe es una lámpara encendida, es luz en nuestra noche. Nos ayuda a entrar en los misterios más profundos de las cosas, de la vida, del hombre, de Dios.

            La Caridad, es una hoguera que calienta y transforma. Quita nuestros fríos y da calor a la vida. Es un fuego que se contagia y que puede convertir el corazón en una llama.

            La Esperanza es una flor, que embellece e ilusiona. Cuando Dios no tenía más que dar al hombre, le regaló una flor. No sólo es bonita y adorna, sino que es viva, delicada, arriesgada. Invita a soñar, a pensar en otro mundo y empuja hacia él.

            La Fe es valiente, ahuyenta todos los miedos, supera todos los obstáculos, aunque sean como montañas, aplaca las tempestades, hace verdaderos milagros.

            La Caridad es ardiente, es poderosa, es la fuerza “que mueve las estrellas” y los corazones, es más fuerte que la muerte, puede entregar la vida y puede recuperarla, no teme morir y es capaz de resucitar.

            La Esperanza es omnipotente, sueña con nuevos mundos y los hace posible, si ve que, la fe o la caridad flaquean, les tiende su mano fuerte y delicada, y unidas, vencen en todo.

            La Fe es atrevida y confiada, es como un niño en brazos de su Padre y consigue de él cuanto quiera, verdaderas locuras.

            La Caridad convincente y seductora, es como una joven enamorada y  llega siempre hasta el final; nada se le resiste.

            La Esperanza es paciente y alegre, aguanta todos los golpes con una  sonrisa, responde a las maldiciones con bienaventuranzas, es como un escalador invencible, como un talismán que convierte la dificultad en acicate, la derrota en victoria.

            La Fe, la Caridad, y la Esperanza van siempre juntas, son como tres hermanas, mutuamente se enriquecen y regalan, mutuamente se ayudan y completan, todas tienen un mismo origen y un mismo fin.





“Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”.

1 DE DICIEMBRE

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

1ª Lectura: Isaías 2,1-5

El Señor reúne a todas las naciones en la paz eterna del reino de Dios

Salmo 121: Vamos alegres a la casa del Señor

2ª Lectura: Romanos 13,11-14

Nuestra salvación está cerca

EVANGELIO DEL DÍA

Mateo 24,37-44

“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el Hijo del Hombre. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaban, hasta el día en que Noé entró en el arca, y, cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del Hombre.

Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán.

Estad vigilantes, porque no sabéis qué día vendrá vuestro señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa.

Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”.

Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé.

En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca;

y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre.

De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado.

De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada.

Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor.

Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa.

Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada.”

REFLEXIÓN

A nadie se le oculta de que la historia es sabía maestra y que siempre es bueno recordar sus lecciones. Por eso mismo la conocemos tan poco y tan poco nos interesa.  Aprender sus lecciones puede suponer que tengamos que cambiar muchos de nuestros conceptos y, lo que es más serio aún, cambiar nuestras actitudes y nuestros hechos concretos.

            ¿Cómo y cuándo comenzó esto del Adviento?

            Sin pretender ser exhaustivo, será interesante que nos limitemos a señalar algunos datos altamente significativos.

            Durante los dos primeros siglos del cristianismo, y a partir de la muerte de Jesús, los cristianos vivieron convencidos de que efectivamente les correspondía vivir un tiempo muy corto, pues el Señor Jesús iba a llegar de un momento a otro como Juez universal, inaugurando una nueva etapa de la historia.

Especialmente el primer siglo fue vivido todo él como un gran período de adviento, tomando esta palabra en su sentido más literal: realmente ellos esperaban la venida (adventus) del Señor, venida imprevista, por sorpresa colmo la de un ladrón. Basta leer someramente los evangelios y las cartas de Pablo como las llamadas cartas de Judas y Pedro para convencerse de ello.

            El cristianismo nace pendiente de una inminente intervención divina en la historia humana. Es más: el mismo Jesús, al igual que todos sus contemporáneos judíos, parecía estar seguro de que el punto apocalíptico de la historia era algo inminente, a suceder antes de que concluyera esa generación.

            Así, pues, tanto para Jesús como para los primeros cristianos, el tiempo como realidad material no tenía mayor importancia; sí la manera de asumir ese tiempo; sí la actitud interior con la que se vivía ese tiempo. Y tiempo es historia: actitud con que sabían enfrentar los acontecimientos históricos, profanos por cierto, que se interpretaban como guiados hacia un acabamiento que les daría sentido definitivo.

En otras palabras: no interesaba el tiempo como simple transcurrir de días, sino el sentido de ese devenir constante; no los hechos materiales, triviales por otra parte, sino el sentido, la dirección a que apuntaban… Hacia dónde caminaba la historia. He aquí el gran interrogante, la pregunta clave.

Fácil nos es ahora comprender el significado del evangelio con que la liturgia abre el adviento, en este Año A. Cuando se redactó el texto, ya había tenido lugar la persecución de Nerón y numerosos cristianos, entre ellos Pedro y Pablo, habían caído víctimas del anticristo; ya Jerusalén había sido destruida con la consiguiente masacre judía y ulterior deportación… Todos hechos que obligaban a mirar la historia con mayor preocupación que nunca, tratando de divisar en el horizonte la alborada que había anunciado Isaías.

            El evangelio de Mateo, cualquiera que haya sido su redactor final, escribe su texto mirando fijamente los presentes acontecimientos y define una postura, una actitud de adviento: aún hay que esperar en las promesas; no es tiempo de desaliento ni flojedad. “estad vigilantes, porque no sabéis qué día vendrá vuestro señor”.

            El evangelio define este tiempo, la vida del hombre, el tiempo de la historia, como un tiempo de “vigilancia”, de guardia con los ojos abiertos y las manos tensas. Es un tiempo breve, único, decisivo, trascendental. Un tiempo que no ha resuelto aún sus problemas, tiempo no terminado, no definitivo. Tiempo de hacer como Noé, el hombre previsor de la tormenta y de las lluvias; tiempo de hacer como el dueño que espera la llegada inoportuna del ladrón.

ENTRA EN TU INTERIOR

SIGNOS DE LOS TIEMPO

Los evangelios han recogido de diversas formas la llamada insistente de Jesús a vivir despiertos y vigilantes, muy atentos a los signos de los tiempos.    

Al principio, los primeros cristianos dieron mucha importancia a esta "vigilancia" para estar preparados ante la venida inminente del Señor. Más tarde, se tomó conciencia de que vivir con lucidez, atentos a los signos de cada época, es imprescindible para mantenernos fieles a Jesús a lo largo de la historia.

Así recoge el Vaticano II esta preocupación: "Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de esta época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y futura...".

Entre los signos de estos tiempos, el Concilio señala un hecho doloroso: "Crece de día en día el fenómeno de masas que, prácticamente, se desentienden de la religión". ¿Cómo estamos leyendo este grave signo? ¿Somos conscientes de lo que está sucediendo? ¿Es suficiente atribuirlo al materialismo, la secularización o el rechazo social a Dios? ¿No hemos de escuchar en el interior de la Iglesia una llamada a la conversión?

La mayoría se ha ido marchando silenciosamente, sin hacer ruido alguno. Siempre han estado mudos en la Iglesia. Nadie les ha preguntado nada importante. Nunca han pensado que podían tener algo que decir. Ahora se marchan calladamente. ¿Qué hay en el fondo de su silencio? ¿Quién los escucha? ¿Se han sentido alguna vez acogidos, escuchados y acompañados en nuestras comunidades?

Muchos de los que se van eran cristianos sencillos, acostumbrados a cumplir por costumbre sus deberes religiosos. La religión que habían recibido se ha desmoronado. No han encontrado en ella la fuerza que necesitaban para enfrentarse a los nuevos tiempos. ¿Qué alimento han recibido de nosotros? ¿Dónde podrán ahora escuchar el Evangelio? ¿Dónde podrán encontrarse con Cristo?

Otros se van decepcionados. Cansados de escuchar palabras que no tocan su corazón ni responden a sus interrogantes. Apenados al descubrir el "escándalo permanente" de la Iglesia. Algunos siguen buscando a tientas. ¿Quién les hará creíble la Buena Noticia de Jesús?

Benedicto XVI viene insistiendo en que el mayor peligro para la Iglesia no viene de fuera, sino que está dentro de ella misma, en su pecado e infidelidad. Es el momento de reaccionar. La conversión de la Iglesia es posible, pero empieza por nuestra conversión, la de cada uno.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

            El Señor es “el que viene” y ésta es la razón por la que nosotros debemos velar y vigilar. Debemos esperar su revelación. Él se manifestará. Revelarse es descubrir algo desconocido, des-esconderse. Manifestarse implica algo de transfiguración: es epifanía. Podemos comenzar esta meditación considerando el cap. 60 de Isaías.

            Hay una vigilancia activa. Se nos pide hacer unas cosas y no hacer otras. De esta vigilancia activa nace la fidelidad. El infiel se adueña de la cosa encomendada, ya sea para usufructo propio (Mt 21,33-46), ya sea por mala administración y pereza (Mt 25,14-30). El siervo fiel y el infiel (Mt 24,45).

            La falta de vigilancia y la infidelidad van juntas. Se alimentan  mutuamente una a otra. No se acepta la invitación del señor porque el corazón  está apegado a su propio juicio, a su propio espacio interior, a su propio negocio. Los invitados a la boda prefieren su propia fiesta. Y también está el infiel que juega a dos puntas: va a la fiesta pero se reserva  el vestido (la posibilidad) de no estar en ella (Mt 22,1-4).

            Pero hay una vigilancia que es más que la mera atención: la vigilancia expectante. Hay que recurrir a la Escritura para ver a los varones justos, a las mujeres piadosas y al pueblo fiel de Dios con esta esperanza expectante. Juan el Bautista que manda preguntar a Jesús si es él a quien esperaban (Mt 11,3), o José de Arimatea que aguardaba (Mc 15,43), o Simeón (Lc 2,25) o el pueblo fiel al que hablaba Ana (Lc 2,38) y que esperaba (Lc 3,15). Cabe la pregunta si nuestra vigilancia tiene esta dosis de esperanza expectante.

(Jorge Mario Bergoglio . Papa Francisco.

Mente abierta, corazón creyente)

ORACIÓN

Dios Todopoderoso, aviva en mí al comenzar el Adviento, el deseo de salir a tu encuentro, que vaya acompañado de obras buenas, para que colocado un día a tu derecha, merezca, por tu gracia, poseer el reino eterno. AMEN.
 
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes proporcionadas por Catholic.net
 

 
          

 
PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO

2 DE DICIEMBRE

LUNES DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO

PALABRA DEL DÍA

Mateo 8,5-11

 

“Señor, no soy digno…”

“Al entrar Jesús en Cafarnaúm, un centurión se le acercó rogándole: “Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho”. Jesús le contestó: “Voy yo a curarlo”. Pero el centurión le replicó: “señor, no soy quién para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: “Ve”, y va; al otro: “Haz esto”, y lo hace”. Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: “Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos”.

REFLEXIÓN

Las palabras de aquel centurión han quedado inmortalizadas para siempre. Poco podía él imaginar que iban a ser repetidas cada día, en cada Celebración de la Eucaristía, como acto de fe antes de Comulgar. Cuando las pronunció no imaginó el alcance universal; y que las mismas iban a ser norma de Fe y de humildad para millones de personas cada día.

Para aquel centurión, sus palabras fueron por aquel criado suyo gravemente enfermo, impedido de parálisis, con grandes padecimientos. Fiel siervo debía ser, de confianza, insustituible, querido y respetado como si de un familiar se tratara. Buen amo que consternado por la grave enfermedad de su siervo, entristecido por los sufrimientos de aquel acude al Señor, al que conocía de oídas y sabia de sus hechos. No espera a que Jesús pase cerca, sino que él sale a su encuentro. “¡Señor mi criado yace en cama paralitico, con terribles sufrimientos”. No pide nada para él, pide por un siervo suyo. Aquello no era muy usual en la sociedad romana, que aceptaban la esclavitud. ¡Un amo pidiendo por un siervo!  ¿Qué hubieran pensado en Roma si hubieran visto al centurión pidiendo por un criado de la servidumbre? Los esclavos no tenían valor como personas, no eran considerados como tales. Por ello adquiere más valor la actitud del centurión.

“Yo iré a curarle” le responde el Señor. ¡Señor, no soy digno que entres en mi casa!, le dice el centurión, por considerar por muchos motivos, que su casa no era lugar apropiado para un Hombre Santo. Pero el Señor le atiende por su fe y por su humildad, dos premisas que conmueven a Jesús como se puede ver en los cuatro evangelios. No mira que fuera un soldado que había invadido su país. El Señor ve las cualidades que posee y lee en su corazón.

Vemos el efecto contrario, cuando fariseos le piden al Señor un milagro para creer. La soberbia es rechazada por Jesús. ¿Necesitaban milagros para creer?.

¿Pero solo por la fe?. Se puede apreciar otra actitud querida por el Señor, el amor al prójimo. Aquel hombre gravemente enfermo no era de su familia; era un criado y dado el clasismo de la sociedad romana, era de admirar que el centurión se preocupara de aquellos que tenía a su servicio. Al Señor le agrada que nuestra mirada no sea primero para nosotros, sino para los demás, en el que tenemos al lado, en aquel que sufre, en el desfavorecido, en el enfermo. El centurión demuestra ser portador de unos valores que no eran muy usuales en aquella sociedad romana.

¡Señor no soy digno que entres en mi alma, pero una palabra tuya servirá para sanarla!. Rezamos esa plegaria, mientras nos acercamos a recibir la comunión sacramental. En actitud de paz, dejando todo fuera; con el respeto que merece el Señor, al que vamos a abrirle las puertas de nuestra alma, que se convertirá en sagrario viviente. ¡Qué honor!. La Virgen fue el primer sagrario viviente y el portal de Belén, el primer templo donde moró el Señor. Ahora lo somos nosotros, cada vez que comulgamos y también los sagrarios de los templos, donde nos espera a que lo visitemos. Muchas veces tan solo, esperando que tú y yo lo visitemos.

Señor, yo no soy digno…repitamos mañana y pasado y al otro.

ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR

            ¡Ven, divino Mesías…! El Adviento que empezamos es un grito, una oración y una espera. Sin embargo, ¡no faltan los mesías en nuestros días! ¿Hay que esperar a otro que triunfe donde han sido tantas las esperanzas frustradas? Mesianismos políticos, sociales, económicos, religiosos: siempre se presentan como otras tantas fuerzas, como poderes atractivos, como la solución al marasmo de los hombres. Todos esos mesianismos reclaman para sí una obediencia total, sin condiciones. Y uno tras otro van derrumbándose, asfixiados por su totalitarismo. Así sucumbió en otro tiempo la soberbia Jerusalén.

            Pero el mesianismo cristiano no se apoya en una fuerza humana; tiene sus raíces en la palabra de los profetas, que incansablemente fueron repitiendo: “¡Convertíos, volved a vuestro Dios!”       El Mesías que nosotros invocamos es el de los pobres y el de la paz; Mesías para el hombre que ha experimentado la vanidad del orgullo y de la suficiencia. Mesías que recorre nuestros caminos y viene a salvar lo que estaba perdido: “Señor, no soy digno… pero basta una palabra tuya…”.

            Siempre hay en el mesianismo una parte de utopía. De nosotros depende que esa utopía se haga realidad: ¿tendremos humildad suficiente para considerarnos pobres, sin derecho, sin poder? De ser así, ese día “¡no alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra!”.

ORACIÓN

            Sí, te damos gracias, Dios, justicia nuestra, esperanza del mundo. Tú creaste al hombre para que compartiera con sus hermanos el amor, la paz y la dicha. Y cuando él se aparta de ti, preso de las inquietudes de la vida, tú le das a tu Hijo, entregado para remisión de los cautivos.

            Por eso nosotros alzamos nuestras cabezas cuando ya el alba se anuncia en el horizonte y cantamos con todos los santos: “’¡Ven Señor Jesús!”, y te aclamamos sin cesar.

3 DE DICIEMBRE

MARTES DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO

PALABRA DEL DÍA

Lucas 10,21-24

“Lleno de alegría del Espíritu Santo, exclamó Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar”. Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: “¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron”.

REFLEXIÓN

            Una loca esperanza se apodera de nosotros: “He aquí que vienen días de justicia y de paz”. Pero esos días ¿dónde están? ¿Qué es lo que va a cambiar con este Adviento? “¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis!” Pero ¿qué es lo que vemos?

            Otro tanto sucede con la esperanza; si no tuviera algo de locura, ya no sería esperanza… Los prudentes, los sabios, los jefes de Estado no la necesitan. En cambio, para los pobres, un rayo de sol, una palabra de consuelo, una mano tendida, valen más que mil tratados de paz. Saben descifrar lo invisible, porque están habituados a vivir al nivel de lo imperceptible. Acaso se diga de ellos que son demasiado crédulos, pero con Jesús ¡están en buena compañía!

            ¿Habéis visto uno de esos árboles que, adelantándose excesivamente a la estación, empiezan a echar brotes demasiado temprano? Si cae una fuerte helada, ese árbol ya no dará fruto… Es verdad; pero su audacia es señal de una primavera que, no obstante el invierno, al fin llegará. Necesitamos esperanza, ¡aun cuando sea un poco loca!

            “Saldrá un vástago del tronco de Jesé…, juzgará a los pobres con justicia, con rectitud a los desamparados”. Vino Jesús, y vino sin armas, servidor sin corona. Hoy viene al corazón de la gente humilde y sencilla que le aguarda. El lobo habitará con el cordero; ¿y el hombre con el hombre?

ENTRA EN TU INTERIOR

            ¿Y por qué no, hermanas y hermanos? De ti depende que acojas al Espíritu de Dios. Aún está Jesús levantado en alto en la cruz, como un estandarte para los pueblos. Dichoso el que camina poniendo sus pies sobre las pisadas de Jesús para dar consistencia a la esperanza, débil brote en tronco desnudo, aurora de una primavera en medio de la noche ¡que no puede durar siempre!

            En realidad, los profetas sólo tuvieron un conocimiento velado de los tiempos mesiánicos; la revelación del misterio estaba destinada a los herederos del Reino, a “la gente sencilla”, Jesús puede dar gracias por ser sólo los “pobres de Yahvé” los que leen los signos y tienen acceso cerca de Dios. Por otra parte, su acción de gracias recuerda la bendición de Dan 2,20-23: al igual que los magos de caldea, los fariseos y los escribas, no obstante su ciencia, son incapaces de descifrar los signos de la venida del Reino.

ORA EN TU INTERIOR

            Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, porque mediante la sabiduría de la fe y del amor revelas a los sencillos lo que se oculta a los sabios.

            La esperanza de tu venida nos va ganando, Señor, pues tu justicia despunta ya como rosa de invierno, haciendo posible la utopía mesiánica del profeta.

            Señor, nosotros queremos preparar tus caminos siendo instrumentos de tu paz en nuestros ambientes, para que donde imperan el egoísmo y el desamor sobreabunde con Cristo paz, justicia, luz, fe, dignidad, optimismo, fraternidad y gozo en el espíritu.

ORACIÓN

            Señor Jesús, contigo doy gracias al Padre porque ha elegido a la gente sencilla para revelarle la palabra de vida, que eres tú. ¿Me ves entre los que te escuchan? Prefiero estar entre los sencillos elegidos que entre los sabios y entendidos. Sí, quiero ser discípulo tuyo, amigo tuyo, y, con tus apóstoles, ver lo que ellos vieron y escuchar lo que tú decías. Hoy te pido que alejes de mi corazón el orgullo y me des la mansedumbre y la humildad del corazón cristiano. AMÉN.

4 DE DICIEMBRE

MIÉRCOLES DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO

PALABRA DEL DÍA

Mateo 15,29-37

“Me da lástima de la gente, llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer…”

“Jesús, bordeando el lago de galilea, subió al monte y se sentó en él. Acudió a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; los echaban a sus pies, y él los curaba. La gente se admiraba al ver hablar a los mudos, sanos a los lisiados, andar a los tullidos y con vista a los ciegos, y dieron gloria al Dios de Israel. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: “Me da lástima de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que se desmayen en el camino”. Los discípulos le preguntaron: “¿De dónde vamos a sacar en un despoblado panes suficientes para saciar a tanta gente?”. Jesús les preguntó: “¿cuántos panes tenéis?”. Ellos contestaron: “siete y unos pocos peces. Él mandó que la gente se sentara en el suelo. Tomó los siete panes y los peces, dijo la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente. Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete cestas llenas”.

REFLEXIÓN

            ¡Sí, el Reino de Dios está cerca! Jesús toma a su cargo las enfermedades y las dolencias humanas. Son borrados los pecados y se pone la mesa para todos los hombres; para ocupar un puesto en ella se requiere una sola condición: creer en Jesucristo. Así logró de él la mujer cananea la curación de su hija.

            Jesús preside la mesa del Reino. Como en otro tiempo Yahvé alimentó a su pueblo en el desierto, hoy Jesús da a comer su “carne”. Toma unos panes, da gracias y los reparte. En este relato está presente la Pascua entera: Pascua del desierto para las doce tribus y Pascua de la historia, que reúne a todos los hombres.

            “¡Venid, todo está preparado para el banquete!” Cuando Dios viene, lo hace para colmar de bienes a los hambrientos, para dar plenitud de vida a los que ardientemente aspiran a ella: ¡cojos, ciegos, lisiados, pobres! Para ellos toma Jesús los siete panes y unos peces, y los multiplica hasta el infinito, a la medida del hambre de aquella gente y de su propia generosidad. Para ellos prepara Dios un banquete digno de las mayores festividades.

            ¿Os ocurre con frecuencia que asociáis la idea de Dios a la de suculentos manjares y vinos generosos? O, lo que es lo mismo, cuando deseáis vivir a fondo, con todo vuestro ser, ¿pensáis en Dios? ¡Es que Dios y la Vida son una misma cosa!

            Dios viene para los pobres. Lo decimos muchas veces, pero ¿aceptamos nuestra propia pobreza? No ya la pobreza de ser pecadores, sino esa otra pobreza  más radical de ser lisiados, de haber sido heridos por una vida que exigimos con todo nuestro ser y que nunca se nos da más que a medias. Una pobreza que nos envuelve como un manto de luto. Aceptar esta pobreza es ponerse a clamar a Dios. Porque Dios viene a transformar nuestro luto en danza, y nuestro desierto en mesa de privilegio. ¿Cómo vamos a encontrar a Dios si no clamamos por la vida como el ciego clama por el sol?

ENTRA EN TU INTERIOR

            Desear, esperar, y después exultar, comulgar. Estas son las palabras de la pobreza. Jesús ha dispuesto la mesa para los pobres: “¡Si alguno tiene hambre, que venga!” en el camino de nuestros desiertos, la eucaristía es la mesa de la esperanza y la fiesta de los pobres. ¡Dichosos los invitados a ella! ¡Dichoso el que abre las manos con deseo ardiente de vivir! ¡Dichosos los que lloran cuando el Señor viene a enjugar las lágrimas de los rostros! Este es el gesto de la ternura, el gesto de Cristo cuando toma en sus manos el pan para poner en las nuestras su cuerpo entregado. “¡Sí, ven, Señor Jesús!”.

ORA EN TU INTERIOR

            Te damos gracias, oh Dios, nuestra esperanza, por Jesucristo, tu Hijo amado, que vino a reunir a los que iban, sin rumbo, al desierto del abandono.

            Bendito seas tú, oh Dios que colmas el deseo del hombre, Dios que haces brotar la vida más fuerte que la muerte y más dulce que las lágrimas.

            Ante esta mesa de fiesta, preanuncio del banquete de tu Reino, te bendecimos, dios y Padre de los pobres, con todos cuantos ponen en ti su esperanza.

ORACIÓN

            Señor Jesús, te doy gracias, porque no solo te ocupas de anunciar el Reino de Dios, sino que también te preocupas de saciar el hambre física de hombres, mujeres y niños. También tu Iglesia -también yo- estoy llamado a dar respuesta a los problemas temporales de mis hermanos y a ser testigo de tu misericordia ante el mundo. AMEN

5 DE DICIEMBRE

JUEVES DE LA SEMANA PRIMERA DE ADVIENTO

PALABRA DEL DÍA

Mateo 7,21.24-27

“No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el Reino de los cielos…”

“Dijo Jesús a sus discípulos: “No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el Reino de los cielos, sino el que el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo. El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente”.

REFLEXIÓN

            La palabra de Jesús es palabra de vida, y el hombre debe dejarla fructificar en su vida.

            La roca desnuda, la arena y el torrente de agua que se precipita sobre el reseco lecho son otras tantas imágenes que le sirven a Jesús para ilustrar un pequeño apílogo en alabanza del hombre previsor que construye su casa sobre valores seguros. Pero ¿qué valor más seguro que la persona de Jesús, a quien el salmo 117 llama la piedra angular?

            “¡Tenemos una ciudad fortificada! ¿Quién podrá derribarla?... ¡Somos dueños de la mitad del mundo! ¿Quién podrá igualarnos?” Extensa letanía del orgullo humano, en la que van desfilando los títulos de seguridad, seguidos, como un estribillo, por el eco de las guerras, el clamor de los explotados y la muerte de los oprimidos. Basta que se produzca una inesperada devaluación del oro, y veréis temblar en sus cimientos a esa gente que vive en nuestras ciudades cimentadas sobre arena. ¿Acaso no se escribe la historia sobre la base de las civilizaciones destruidas?         

            Pero el hombre es incorregible, y media un abismo entre nuestros relatos de historia y la Historia vista desde el lado de Dios, en ese reino inaudito en el que la gente pobre goza de consideración y los humildes rebosan de alegría. No tenemos aquí ciudad permanente… Nuestra morada está destinada a permanecer eternamente… ¿Construimos para cien años o construimos para siempre? ¿Cuál es nuestra Jerusalén? ¿La que se jacta de tener muro y antemuro o “la que baja del cielo engalanada como una novia ataviada para su esposo”? ¿Ciudad protegida contra la guerra o ciudad inerme abandonada al amor? ¿Ciudad de los hombres o ciudad de Dios? “Los que confían en el Señor son como el monte Sión”, dice otro salmo. Pero un día, Sión fue, a su vez, arrasada… ¡El que pone su confianza en el Señor no morirá jamás!

            Hombre, ¿en qué tienes puesta tu confianza? ¿En el dinero, en el poder, en la seguridad…? Sábete que tu derrumbamiento será total. Porque sólo hay un valor seguro, y ese valor se llama “Dios”.

ENTRA EN TU INTERIOR

            Para conocer y cumplir la voluntad del Padre hemos de meditar y orar la palabra de Cristo hasta hacerla eje y quicio de nuestra vida cristiana, núcleo central de nuestra estructura personal, y no un mero añadido de suplemento dominical.

            Cristo Jesús es el modelo de esta escucha y práctica, el gran servidor del Padre y del hombre, el cumplidor fiel de la voluntad divina. Como él, nosotros sus discípulos hemos de ser personas de oración, que es más que la súplica vocal, para convertirla en la vida de comunión con Dios. Ésta se derramará luego sobre nuestra existencia personal, la familia y el trabajo, la realidad comunitaria y social en que vivimos, sin crear divorcio entre la fe y la vida.

            Amar a Dios y al hermano es el cuadro completo y el resumen de la voluntad de Dios. Así construimos nuestra casa sólidamente. Pues Jesús no preconiza un activismo pragmático y eficaz a cualquier precio; más bien lo condena, puesto que él no reconoce como suyos a quienes aseguran haber profetizado y echado demonios haciendo milagros en su nombre, pero sin haber llenado su vida personal y su acción mundana con la obediencia de la fe a la voluntad de su Padre Dios.     

ORA EN TU INTERIOR

            Tú eres, Señor, nuestra roca de refugio y es mejor confiar en ti que en los poderosos, porque es mayor la seguridad de tu amor que la de las abultadas cuentas bancarias.

            Queremos escuchar tu palabra y cumplirla, sin contentarnos con decirte: ¡Señor, Señor! Pero líbranos tú de nuestra inconstancia.

            Te pido por los responsables de la paz entre los pueblos, para que construyan el futuro sobre la roca de la justicia; por los que poseen los bienes de este mundo, para que abran a todos las puertas del bienestar; por los cristianos que invocan tu nombre, para que traduzcan su fe en actos de amor y de solidaridad con los más pobres.

ORACIÓN

            Hoy quiero hacer mía la oración de Carlos de Foucauld: “Padre, me pongo en tus manos; haz de mí lo que quieras. Sea lo que sea, te doy las gracias. Lo acepto todo con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. Necesito darme, ponerme en tus manos con confianza, porque tú eres mi Padre”.

6 DE DICIEMBRE

VIERNES DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO

PALABRA DEL DÍA

Mateo 9,27-31

“Qué os suceda conforme a vuestra fe…”

 “Dos ciegos seguían a Jesús, gritando: “Ten compasión de nosotros, hijo de David”. Al llegar a la casa se le acercaron los ciegos, y Jesús les dijo: “¿Creéis que puedo hacerlo?” Contestaron: “Si, Señor”. Entonces les tocó los ojos, diciendo: “Que es suceda conforme a vuestra fe”. Y se les abrieron los ojos, Jesús les ordenó severamente: “¡Cuidado con que lo sepa alguien!” Pero ellos, al salir, hablaron de él por toda la comarca”.

REFLEXIÓN

            La pregunta de Jesús nos explica el porqué de la curación de los dos ciegos que se le acercaron pidiéndole a gritos la vista para sus ojos en tinieblas: “¿Creéis que puedo hacerlo?” Ante su respuesta afirmativa, Jesús concluye: “Que os suceda conforme a vuestra fe”. Y se les abrieron los ojos. Así se cumplió el oráculo del profeta Isaías que tenemos en la primera lectura, referido a los tiempos mesiánicos. Pronto, muy pronto, los ojos de los ciegos verán sin tinieblas ni oscuridad, y la salvación de lo alto alegrará a los oprimidos y a los pobres de Dios.

            Por tanto, las fuentes de la palabra nos hablan hoy, elocuentemente, del adviento como tiempo de fe y transformación, libertad y justicia, esperanza y gozo en el Señor. La clave secreta de este cuadro maravilloso está en la fe. La necesidad y eficacia de la misma es una constante en la biblia y en la vida cristiana de cada día.

            Como en el caso de los ciegos, la historia de los milagros realizados por Jesús coincide con el itinerario de la fe de los pobres de Dios. Era la fe de los enfermos lo que desencadenaba a su favor la acción del poder divino que residía en Jesús de Nazaret. Una y otra vez repite él a las personas agraciadas con una intervención milagrosa: tu fe te ha curado, tu fe te ha salvado; hágase como has creído. El dicho popular “la fe hace milagros” es de una certera exactitud evangélica. Hasta tal punto era la fe presupuesto esencial y condición indispensable, que donde Jesús no encontraba fe no “podía” obrar ningún milagro. Fue el caso de sus paisanos (Mc 6,5).

ENTRA  EN TU INTERIOR

Unos ciegos ven y unos hombres levantan la cabeza. La muerte y las tinieblas, son vencidas, así como la tiranía que ejercían sobre la humanidad. Cuando unos hombres y mujeres reconocen en Jesucristo al Hijo de David, una comunidad se eleva a la vida de la gracia.

¡Qué fácil es hacer que se condene a los pobres y a los sencillos que ni siquiera conocen sus derechos! Les arrojas un poco de polvo a los ojos y quedan cegados y entregados en manos de quienes no buscan más que hacer caer a los inocentes. Ya se puede recitar ante ellos el libro de la ley: para ellos no pasa de ser letra muerta. ¿Quién les dará la clave para poder orientarse? Generación tras generación, así se burlan de Dios y de los hombres los tiranos. Tiranía que aquí y allí reviste aspectos gigantescos, en los que pueblos enteros son humillados; pero tiranía asimismo insidiosa que, en pequeña escala, se conforma con hacer tropezar, uno a uno, a los pequeños. “¡Mentid, mentid…, siempre queda algo!”.

ORA EN TU INTERIOR

            “Un poco de tiempo todavía, dice el profeta, y todo eso va a cambiar”. Pero los pobres se preguntan: ¿cuándo va a ser eso? Y su noche se alarga…, hasta un día en que por el camino pasa alguien que les dice simplemente: “¿Crees que puedo hacer eso por ti?”. Entonces Jesucristo abre los ojos a los ciegos. Es el final de los tiranos. ¿Cómo? Jesucristo explica a cada hombre la dignidad de serlo, y basta con que un hombre alce la cabeza ante el opresor para que quede derrotada la tiranía, pues ésta no ha alcanzado su objetivo, que no era otro que degradar al hombre. Jesucristo explica al mundo el amor de Dios, y bastas un vislumbre de amor para que el poder y la maldad sean vencidos.

            “Un poco de tiempo todavía, muy poco tiempo, dice el Señor”. Hermano, déjale a Dios abrir tu corazón, y verás cómo tu pobreza es un manantial de felicidad. Sólo que no vayas a contárselo a todo el mundo: ¿quién te comprendería? Hace siglos que los tiranos creen que dirigen el mundo: pobres ciegos… con los ojos abiertos cuanto pueden, no ven más que tiniebla. Pero para nosotros ha despuntado el día; el día de una luz  interior.

ORACIÓN

            Te bendecimos, Padre, por el corazón de Cristo, que supo compadecerse de los dos ciegos del camino, imagen viva de la humanidad necesitada de tu luz.

            Hacemos nuestros sus gritos de fe y de súplica: Nos invaden, Señor, las tinieblas de la increencia y nos atenaza nuestra rutina y supuestas seguridades.

            Haz, Señor, que tu amor cure nuestra innata ceguera, despertando nuestra fe dormida, para poder verlo todo con los ojos nuevos que nos das: los criterios de Jesús.

            Cólmanos de alegría y paz en este tiempo de adviento, que es oportunidad de conversión a ti y a los hermanos. AMEN.

 

7 DE DICIEMBRE

SÁBADO DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO

PALABRA DEL DÍA

Mateo 9,35-10.1.6-8

“Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias. Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos, rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. Y llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia. A estos doce los envió con estas instrucciones: “Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”.

REFLEXIÓN

Toda la fundamentación de la Palabra del día, está aquí: “Al ver a las gentes sintió lástima de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas como ovejas que no tienen pastor…”

Dos imágenes preciosas, muy queridas para la Sagrada Escritura, las imágenes de las ovejas y de la mies nos hablan de una urgencia, una urgencia de ayer y de hoy, la evangelización, ya lo decía Pablo: “¡Ay de mí si no anuncio el evangelio!”

El grupo de discípulos simboliza el nuevo pueblo de Dios, al que Jesús transmite sus poderes y los envía.

Pero en el envío es importante el contenido, los signos y sobre todo la gratuidad: “Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”

Lo que hemos de transmitir y testimoniar con nuestra vida, es la gozosa noticia de que Dios ama al hombre, lo invita a su mesa, a la fe, a su amistad y a construir la fraternidad humana mediante el seguimiento de Jesús.

ENTRA EN TU INTERIOR

Sé, Señor, que la fe nace del anuncio, y el anuncio es hablar de ti (Rom 10,17). Quiero hablar de ti, no sólo con mi palabra, sino también con mi vida, se que la mies es abundante y pocos los trabajadores para segarla, pero quiero ponerme a ello con la fuerza y la confianza que me da tu Palabra: “Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca.”

Hoy me interpela tu ternura y tu compasión. Hoy me interpela el darme cuenta que tú ves mi enfermedad interior y la curas, como hiciste con el samaritano al borde del camino, con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza.

ORA EN TU INTERIOR

¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio! Pero si no entro en ese proceso continuo de conversión, que la presencia del reino de Dios, ya en el aquí y ahora de las historias me propone, no me sirve de nada, porque mi anuncio no sería creíble, lo primero es lo primero: “El reino de Dios se acerca, convertíos y creed en el Evangelio”.

ORACIÓN FINAL

Bendito seas, Señor, que recorriste los polvorientos caminos de Palestina, curando todas las enfermedades y todas las dolencias. Bendito seas, pastor bueno, porque nunca abandonas a tus ovejas, sino que las llevas a sestear a verdes prados. Ensancha mi corazón y concédeme ser fiel a la misión que me confías. Amén.

“La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos, rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”.